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Lavinia en el Teatro Arriaga de Bilbao

Lavinia - teatro Arriaga

Todos los espectadores que han visto la adaptación de la novela de Ursula K. Le Guin sobre un personaje de la Eneida a quien Virgilio dedica tres versos se han llevado una sorpresa. ¿Cuánto hace que no se ve en nuestros escenarios una obra que entronque con la tradición clásica, que hable un lenguaje que el público entiende, impecablemente realizada, con un concepto escénico simple y eficaz -la escenografía se reduce a seis sillas- y, sobre todo, tenga sentido? Quiero decir, sentido en clave de lo hemos aprendido a lo largo de nuestras vidas, de una tradición literaria que se remonta a la antigüedad clasica, y de la proyección de todo este material arquetípico en los afanes actuales. Hacer empoderamiento feminista desde detrás de una pancarta es cosa fácil. Plasmarlo en una obra de teatro con gusto, sensibilidad y un perfecto sentido del equilibrio interpretativo no está al alcance de cualquiera.

Este hercúleo trabajo comenzó mucho antes de que la primera figura humana apareciese en escena. La adaptación dramatúrgica de Juana Lor, ella misma actriz y traductora de alemán e inglés, y Javier Liñera, conocido por su incesante actividad en los espacios escénicos aragoneses, es de una concreción inigualable. Una de las características más destacables de esta producción teatral es la calidad y sobriedad de las interpretaciones. Los actores logran transmitir de manera magistral las complejas emociones y los conflictos internos de los personajes. Cada gesto, cada mirada, cada frase, nos sumerge en el mundo de Lavinia (interpretada por la joven actriz Amets Ibarra), haciéndonos partícipes de sus alegrías y tristezas. Paradójicamente, el personaje principal es quien menos relieve muestra. Pero por la extraña magia del teatro consigue en todo momento llenar no solo el escenario sino la mente del espectador.

A Karmele Larrinaga se la conoce desde hace mucho por papeles que el público se ha acostumbrado a encuadrar en la vis cómica. Contemplarla en la interpretación dramática de narradora omnisciente nos obliga a apreciar una faceta mucho más amplia de esta actriz bilbaina, en lo que podemos considerar una de las mejores representaciones de toda su carrera. De Yolanda Bustillo, en su papel de reina madre Amata, es obligatorio su poderosa presencia de mujer fuerte al estilo lorquiano. Es el principal apoyo del poder, severa, curtida, inflexible, pero lo bastante perspicaz para darse cuenta de lo banal que resulta oponerse a los dictámenes del destino.

Otro aspecto que merece aplauso es el excelente trabajo vocal. La interpretación de cánticos a capella sobre el escenario ya es de entrada un reto mucho mayor que el más logrado de los ensayos de guión. Una sola nota en falso basta para comprometer toda la obra. Las voces, en perfacta armonía, añadieron una dimensión espiritual a la obra, elevándola a una altura artística muy difícil de alcanzar hoy día incluso en producciones de elevado presupuesto.

Por su brillantez y otros méritos, “Lavinia” merecería un lugar destacado en el repertorio de festivales de teatro clásico como Mérida o Alcalá. La adaptación teatral ha sabido captar la esencia clásica del tema y llevarla al escenario con maestría. Actores, dirección y responsables de la adaptación artística han logrado crear una experiencia memorable, que cautiva tanto a los amantes de la literatura como a los apasionados del teatro. Un tributo brillante a la obra de la recientemente fallecida Ursula K. Le Guin. Y también prueba de que el teatro sigue siendo un arte vivo y transformador.

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