¿Cuál es la Historia?

Narrativas de lo que acontece bajo la línea de flotación

El PNV y su postura sobre la guerra de Ucrania

Aitor Esteban

Desde el mismo comienzo de la guerra, hace ya un año, la respuesta oficial del Nacionalismo Vasco ha sido la de un apoyo sin fisuras a la causa ucraniana y a la política de la OTAN y las potencias occidentales. Este alineamiento se ha mantenido incólume hasta el día de hoy. De todos los grupos parlamentarios, el PNV es sin lugar a dudas en que exterioriza una postura más firme y decidida en cuanto a una política general de apoyo al gobierno de Kiew. El último ejemplo de esta posición lo tenemos en las declaraciones de Aitor Esteban aplaudiendo la decisión alemana de enviar tanques Leopard a Celensqui. Un gesto que tiene su mérito si consideramos que una parte del arco parlamentario vasco -ya saben, esos de siempre- se muestran virulentamente reacios hacia este apoyo jeltzale a la causa ucraniana. En el PNV el fervor ucranianista alcanza incluso a la militancia de base. Aquí no se trata de juzgarlo, ni de valorarlo en función de credos o supuestos ideológicos de ningún tipo. Lo que interesa son los hechos en sí, en un plano meramente politológico. Independientemente de que nos parezca bien o mal, o de cuáles sean nuestras opiniones personales hacia Celensqui, Putin u otros protagonistas de la crisis, este es un fenómeno que requiere explicación, ya que en el resto del país la tendencia general es al escepticismo popular, cuando no a un progresivo avance de las simpatías prorrusas.

Claramente se puede ver que nos encontramos ante un fenómeno de proyección de expectativas insatisfechas. El peneuvista de cabecera, un ciudadano o ciudadana de clase media que lleva toda la vida en el Partido, ha perdido la fe en la Independencia. Tras la consolidación del Gobierno Vasco como una versión restaurada del foralismo tradicional y el fracaso de la tentativa soberanista de Ibarretxe, sabe bien, aunque no quiera reconocerlo, que la Euskadi nacionalista no tiene futuro fuera del Estado Español y la Europa de Bruselas. A regañadientes, se acomoda a esta realidad. Pero como compensación, se permite dar rienda suelta al entusiasmo que le produce el ver a otros luchar y derramar su sangre por una causa que él o ella no pueden pelear.

Por supuesto que las cosas no son lo que parecen. Celensqui no es un heroe, sino simplemente un actor. Menos aun se puede considerar a Ucrania como ejemplo de democracia y lucha por la libertad, no siendo en realidad más que un estado fallido como otro cualquiera, mediatizado por Estados Unidos y la OTAN como ariete en una cínica guerra de desgaste contra Rusia. Pero esto no quita para que exista una imagen idealizada del conflicto que produce unos muy útiles efectos de galvanización social. El PNV como organización lo sabe. Y sus dirigentes, que al fin y al cabo son profesionales de su oficio, al igual que el resto de la clase política española, se aprovechan de ello para hacer lo que mejor saben: mantener en funcionamiento la cosechadora electoral.

Aun así no se llega a explicar del todo esta solidez del alineamiento de Sabin Etxea con las posiciones de Estados Unidos y la OTAN, a favor de una causa que en el fondo no tiene ningún interés práctico para Euskadi, y en contra de una nación como Rusia que nunca nos ha hecho nada. Sospecho que en este cierre de filas del PNV con las potencias occidentales hay otros motivos que van más allá del turismo del ideal, y que tienen que ver con la historia y con el papel jugado por el PNV en el exilio durante el Franquismo y la Guerra Fría.

Como es sabido, los nacionalistas vascos siempre colaboraron con los servicios secretos de Estados Unidos, incluso desde antes de que la CIA existiese. Esta colaboración, que comenzó bajo los auspicios de un idealismo exacerbado y una fe inquebrantable en el triunfo de la democracia, se fue debilitando por el progresivo acercamiento de Washington al régimen de Franco, por los resentimientos generados a raíz del asunto Galíndez y otras causas en las que sería prolijo entrar. Oficialmente la complicidad con los servicios secretos norteamericanos habría cesado por completo hacia el ño 1972, en vísperas de la Transición y el traslado del poder del Partido en el exilio a sus cuadros (todavía clandestinos) en el interior. Sin embargo, es probable que esta colaboración entre el PNV y la inteligencia norteamericana haya continuado hasta la actualidad. No es una hipótesis descabellada: las circunstancias la apoyan sobradamente. Los nacionalistas vascos siempre se han alineado con los objetivos de la política exterior de EEUU de un modo claro y decidido: en la primera guerra del Golfo, durante la crisis de los Balcanes, en tiempos de Obama (lo de Bush en Irak fue algo más complicado) y ahora con la crisis de Ucrania.

De aquí que el entusiasmo atlantista de Aitor Esteban y su sí a los tanques alemanes, visto en retrospectiva, no sea más que la conclusión lógica del funcionamiento de ese telar en el que las nornas de la mitología nórdica tejen los hilos de la historia; por un lado, el turismo del ideal, siempre irresistible para un nacionalista vasco que se aburre en el posibilismo del business as usual; por otro, la necesidad de cumplir con la política exterior del Gobierno de España; y finalmente, mantener, aunque solo sea por coherencia con una determinada trayectoria histórica, una tradición proamericana que se remonta a los tiempos míticos del castillo de Cernay-la-Ville y la admirable y heróica actividad del Lehendakari Aguirre en Nueva York.

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