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Guerra en Oriente Medio y Nuevo Orden Mundial

Guerra Oriente Medio

Los acontecimientos de las últimas semanas en Israel y la Franja de Gaza se nos hacen incomprensibles si perdemos de vista la perspectiva mundial. No se trata de una crisis local ni de uno más de los incontables enfrentamientos entre judíos y palestinos. En el contexto de la geopolítica global, va mucho más allá de la habitual fricción histórica entre dos pueblos incompatibles, y adquiere un significado comparable al de la Guerra de los Seis Días de 1967 o la crisis del Yom Kippur de 1973. Solo por el número de muertos -más de 1.300 israelíes y 2.000 palestinos en los primeros días de las hostilidades- esto ya es una guerra convencional. Sus consecuencias, aunque aun no están claras, se harán sentir en todo el mundo y contribuirán a conformar el escenario político global del siglo XXI.

La época de la hegemonía unilateral norteamericana, que comenzó tras la caída del Muro de Berlín en 1989, llega a su fin. Estados Unidos y los pueblos anglosajones (Reino Unido, Canadá, Australia, Nueva Zelanda y otras antiguas colonias británicas) se esfuerzan por mantener su primacía el mayor tiempo posible: a través de alianzas militares, sus empresas tecnológicas de Internet, redes de escucha global -como la infame “Echelon”- y todo su aparato cultural y de entretenimiento. Pero es dudoso que a la larga consigan revertir la tendencia histórica. El mundo del futuro es multipolar. Un grupo de potencias emergentes intenta cobrar protagonismo, para repartirse el planeta en zonas de influencia y reconfigurar la geopolítica global.

¿Quiénes son estos nuevos jugadores? En primer lugar, China, que tras un desconcertante período de desarrollo económico, que en menos de 50 años ha hecho evolucionar al país desde la Edad Media hasta la era de los viajes espaciales, vuelve a ocupar en el mundo la posición central que tuvo en otros siglos, y que perdió como resultado de la decadencia de la dinastía Ming y el auge colonial europeo. También están la India, Rusia, Brasil y otros países con pasado imperial como Turquía e Irán, que aspiran a ser más de lo que son o hasta el momento les han dejado ser.

El ataque de Hamas contra Israel es un movimiento audaz en el tablero. Lo promueve la República Islámica de Irán en calidad de operación de falsa bandera. Sus objetivos son evidentes para cualquiera que siga la actualidad del Oriente Medio y haya estudiado la evolución política de esas regiones durante las últimas décadas.

Se trata de un golpe contra Estados Unidos y Europa, aprovechando la coyuntura de debilidad producida por la crisis interna de Israel, el fiasco de la administración Biden en Ucrania y el desencuentro entre la Unión Europea y Rusia. Con la brutalidad de estos atentados contra colonos israelíes, población civil e incluso jóvenes que asistían a un festival de música, lo que se persigue es provocar una reacción desproporcionada de las Fuerzas de Defensa de Israel en la franja de Gaza, con el propósito de generar caos en todo el mundo y aprovechar las oportunidades resultantes de esta situación.

Evidentemente, alguien quería darle una patada al avispero y puede conseguirlo -dependiendo de la inteligencia y la mesura del gobierno de Israel a la hora de graduar la respuesta-. Gaza debilitará aun más la posición de Occidente en la guerra de Ucrania (puesto que gran parte de la ayuda militar, financiera y logística ha de ser canalizada ahora hacia el Oriente Medio). Por no hablar de las consecuencias económicas, el precio del petróleo y la inflación. Una nueva oleada de refugiados saldrá de los territorios en conflicto, seguramente en dirección a Europa, sobrecargando aun más sus sistemas de atención social y poniendo a prueba su capacidad para la integración de minorías. Los beneficiarios directos de esta crisis serán un número de países como Irán, Turquía y Rusia que verán fortalecida su posición política global, a costa de Estados Unidos y la Unión Europea.

Alguien preguntará: ¿y la población civil? ¿Y los habitantes de Gaza? ¿Y toda esa gente que tan solo aspira a vivir en paz, a trabajar y ganarse la vida, y que no tiene nada que ver con las milicias de Hamás, el extremismo religioso y las operaciones de falsa bandera? Por desgracia, el bienestar de estas personas no importa en el tablero global. La política internacional carece de ética y de conmiseración. Lo único que la mueve son los intereses de Estado. Al final, lo que triunfa es la hipocresía y el cinismo. Sucedía en tiempos de Maquiavelo y continúa sucediendo hoy.

No nos damos cuenta de ello porque aun arrastramos la inercia intelectual del siglo XX, con sus interpretaciones ideológicas del universo y sus narrativas populares basadas en el cine familiar de Walt Disney. Robert D. Kaplan tiene razón: en el siglo XXI la política mundial vuelve a hacerse como en los tiempos de Marco Polo.

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