¿Cuál es la Historia?

Narrativas de lo que acontece bajo la línea de flotación

Beatriz, una mujer liberada en el Bilbao de los años 20

Beatriz no existió. Es un personaje de ficción creado por el novelista bilbaino Juan Antonio Zunzunegui, autor de las Novelas de la Quiebra. Pese a ello refleja muy bien, con más ironía que puritanismo crítico la rancia y machista tradición de las mantenidas, típica de los tiempos en que Bilbao era un emporio clave de la actividad industrial y financiera. Potentados de la industria, banqueros, hombres de negocios y vástagos de las familias influyentes de Neguri, habilitaban sus segundos hogares en torno a la querida de turno, por lo general una mujer de modesto origen, hija de alguna alpargatera, que se ganaba la vida como modistilla o en algún otro oficio de poca monta. De esa época procede la infame expresión “le ha puesto piso”, que iba de boca en boca por las porterías de las casas y las reuniones de señoras de clase media a la hora del rosario o el café. Con el tiempo, la institución de las mantenidas fue decayendo, debido a comenzaron a escasear los potentados capaces de permitirse un gasto fijo tan considerable, pero también a la democratización de la sociedad. En los años 60 y 70, cuando la prosperidad había alcanzado ya a amplios sectores de las clases medias, antes de que la crisis del petróleo y ETA acabaran con todo este optimismo burgués, era costumbre que tres o cuatro individuos bien situados, por ejemplo un médico, un abogado, un intendente mercantil y el propietario de una tienda de telas, le compraran un piso a una señorita, cuyos favores compartían después a base de calendario y rotulador. Esto era lo que los bilbainos de entonces, siempre ocurrentes en la búsqueda de eufemismos zumbones, denominaron con la odiosa expresión “comprar una vaca”. Para esa época las mantenidas, otrora tan célebres en esta Noble Villa de Bilbao, habían dejado de ser personajes populares para convertirse en simples objetos de placer, siguiendo una tendencia abyecta que ha desembocado en este escenario actual de prostitución de bajo nivel, vinculada a pisos francos, inmigración ilegal y contactos a través de Internet.

Volviendo a nuestra Beatriz, nos encontramos con el fenómeno, tan habitual en la literatura, de un personaje que, habiendo nacido en la fértil imaginación de nuestro talentoso escritor botxero, no tarda en adquirir vida propia. Su autor la puso en el mundo para defender tesis morales o de crítica social. Pero según escribe, Zunzunegui entra en trance, y su criatura adquiere vida propia. Puesta en su piso, presa del aburrimiento, y en parte para abtsraerse de los escrúpulos religiosos que le inspira su condición de mantenida, experimenta un proceso de dinamización centrado en lo práctico, muy típico de la mentalidad de Bilbao, y que contradice crasamente las absurdas tesis del sociólogo alemán Max Weber sobre la inoperancia económica del catolicismo. Invirtiendo hábilmente el dinero que le entrega su protector, no tarda en convertirse ella misma en una empresaria de éxito. Compra y vende mantones de Manila, antigüedades y obras de arte. Se asocia con un contratista para construir edificios de apartamentos en Madrid, durante el período de auge inmobiliario que coincide con la urbanización de la Castellana. Con el tiempo, se hace millonaria. Entretanto su amante, el baldío y prescindible Ramón, privado de impulso vital, estropeado por la autosuficiencia y la buena vida, inicia un proceso de declive personal que le llevará a una ruina económica y moral (eso sí, muy bien llevada, como es de esperar en un bilbaino de pro). La debacle adquiere proporciones épicas con el embargo del patrimonio familiar tras unos turbios manejos financieros que, con nombres modificados, hacen referencia al famoso escándalo del Crédito de la Unión Minera en 1925. A partir de ese momento el pobre Ramón pasa a ser, de dueño y señor de la incontenible Beatriz, a mero protegido de esta, la cual le acoge en su casa por gratitud y cierto sentimiento personal de la justicia.

Por semejantes alusiones Zunzunegui fue muy criticado en Bilbao en la época en que escribió las Novelas de la Quiebra (1947). También por poner en primer plano narrativo a unos personajes que viven juntos fuera del matrimonio. Pero no pensemos que los bilbainos de aquellos tiempos eran tan estúpidos como para sentirse ofendidos por tan poca cosa. Lo que les jodía era que el escritor, con su natural franqueza, su anticuado estilo realista y esa frase barojiana corta y directa con la que iba tejiendo el relato, hablase del fenómeno social de las mantenidas. Pocas veces una novela habrá perturbado la concordia y el sosiego de tantas familias de la alta clase media como las dos partes de La Quiebra: “Ramón o la vida baldía” y “Beatriz o la vida apasionada”. El personaje, una mujer liberada en el Bilbao de la Dictadura primorriverista, de similar estampa que las que frecuentaban las cafeterías de Berlín durante los años de la República de Weimar, y que eran objeto predilecto de los cuadros de Georg Grosz o de las tomas furtivas de los fotógrafos costumbristas, produce una fascinación que se resiste tozudamente al paso del tiempo y atrapa al lector. Sabe muy bien de lo que hablo todo aquel que haya encontrado las novelas de La Quiebra en un librero de viejo o criando polvo en el desván de su casa, y se haya animado a leerlas. Después de las primeras veinte páginas, ya no hay vuelta atrás.

Fiel a ese epígrafe de la vida apasionada que le corresponde en esta epopeya sobre la decadencia financiera y moral del Bilbao de hace un siglo, Beatriz no tarda en culminar su peripecia vital, seguramente al margen de la voluntad de su propio creador. Lo hace adquiriendo vida y voluntad propias, en un sentido totalmente pirandelliano de personaje que se escapa del escenario. Pido disculpas por el spoiler. Tratándose de una novela tan antigua, difícil de encontrar y que probablemente la mayor parte de ustedes no vaya a leer jamás, creo que podemos terminar aquí mismo y sin más. Porque la cosa tiene su morbo. Al final Beatriz, tras haberse quedado embarazada de un pelotari del Jai Alai de Madrid mucho más joven que ella, se fuga con él a los frontones de Shanghai, mientras Ramón se queda sentado en su sofá vegetando y leyendo el periódico.

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