¿Cuál es la Historia?

Narrativas de lo que acontece bajo la línea de flotación

Feijóo la cagó

Feijóo

Hasta hace tan solo un mes, yo era de los que daba a Pedro Sánchez como vencedor del 23-J. Claramente se trata de un político que, sin importar lo que pensemos de él, supera a todos sus rivales en el cuerpo a cuerpo electoral. Es capaz de lanzarse a la acción sin pensárselo dos veces, incluso sin esperar a que sus estrategas elaboren un plan de acción -cosa que demostró con creces durante la noche del 28-J-. Los terrenos embarrados le favorecen, y cuanto mayor es el riesgo, más se crece y da de sí. Y por si fuera poco, al estar ya en el poder, puede emplear en su favor todos los recursos del estado: medios de comunicación, presupuestos públicos, aparato legislativo, contactos con el establishment, coerción… Tal era el estado de cosas hasta hace bien poco. Su derrota en el debate a dos contra Feijóo, los cambios en la política económica y fiscal encauzados desde el BCE y otras instituciones internacionales y, en no menor medida, el vertiginoso desgaste de su posición como líder político y presidente del gobierno, llevaron a un cambio de tornas como en pocas ocasiones se ha visto en la historia de España, y que nadie habría podido prever hasta poco antes de celebrarse el famoso encuentor a dos. Por más que se esforzara Tezanos, todas las encuestas transmitían una narrativa de triunfo… y no precisamente a favor de Sánchez.

Mi pronóstico personal iba aun más lejos. En cierto momento, llegué a creer que Feijóo conseguiría en la cita electoral del pasado domingo un resultado mucho más lucido del que le prometían los sondeos. Recuperaría gran cantidad de los votos que en otro tiempo migraron a Vox. Es posible, incluso, que estuviésemos presenciando el regreso del bipartidismo a la política española. Algunos sondeos hacían pensar que incluso podría llegar a conseguir una cantidad de diputados en la misma línea que Aznar en 1996.

El vuelco, sin embargo, no era más que una ilusión de la mente colectiva, suscitada por el pensamiento caprichoso de los editorialistas y el apesebramiento de los medios. A veces las encuestas, aunque reflejen con exactitud el estado de opinión en un momento dado -a condición, claro está, de el muestreo esté bien hecho-, nada dicen acerca de las complejas dinámicas de relación social e interpersonal que animan a los cambios de posicionamiento en la recta final. Las personas tienen un miedo innato al aislamiento social. Lo que en realidad desean es pertenecer a un grupo y ser aceptadas por los demás. Si alguien considera que su opinión es impopular, puede temer ser excluido o criticado, lo que lleva a guardar silencio. A medida que más individuos se sienten presionadas para callar sus opiniones minoritarias, la opinión mayoritaria se vuelve más visible y dominante, mientras que las opiniones minoritarias se vuelven menos expresadas y parecen perder importancia.

Todo esto se refleja posteriormente en las urnas y es la causa de que se imponga esa alternativa oportunista, pragmática y un tanto borreguil a la que llamamos “voto útil”, que no conoce de banderas ni colores ideológicos. En esta ocasión, a costa de Vox y los sectores más moderados y menos beligerantes de la mitad izquierda del espectro. En resumen, que en cierto momento, la euforia hizo pensar que las elecciones generales del 23 de julio podían terminar siendo un ejemplo de libro de la tesis que la socióloga alemana Elisabeth Noelle-Neumann (1916-2010) expuso en su ya clásico tratado de demoscopia que lleva el título “La espiral del silencio”.

No sucedió así. Al final se impusieron la dura realidad y la diabólica eficacia del Plan Sánchez. La manipulación sutil de la opinión pública y la intención de voto a base de crear un gigantesco atasco electoral en pleno verano trajeron consigo los resultados que se esperaban desde Moncloa. Funcionó el marketing electoral y la cuña metida por la propaganda oficial entre el PP y Vox. Falló la aritmética electoral de los estrategas de Feijóo. Y, más importante aun, falló el propio Feijóo en todos los sentidos: como estratega electoral, como líder de partido y como político de casta. Su objetivo debiera haber sido la conquista del poder, y no el logro de una meta cortoplacista y aparente como obtener la lista más votada.

Ahora no pocos, incluso en filas propias, se alegran de este fracaso. Porque la caída de Feijóo dejará el camino libre a otros candidatos, mejor dicho a otra candidata, que está en mejores condiciones de conquistar Moncloa.

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