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El fiasco del Leopard 2 en Ucrania

Leopard 2 - Ucrania

Sigo por Telegram varios canales de la propaganda rusa. Al principio, cuando leí la noticia de que los primeros tanques Leopard II enviados por la OTAN a Ucrania habían sido destruidos, lo primero que pensé fue: “He aquí una de las manipulaciones típicas made in Sputnik o Russia Today”. Pero resultó que era verdad. Acabo de estar leyendo el penúltimo ejemplar del semanario liberal alemán “Der Spiegel” (Nr. 27/2023) y allí se informa de que un número indeterminado de carros blindados Leopard y Bradley -entre 10 y 30 unidades- han sido destruidos durante la contraofensiva del ejército ucraniano desde su llegada al frente a principios de junio. De este modo, se confirma el cuarto caso de uso del tanque Leopard II en condiciones de guerra real, con un resultado igual de mediocre que en las veces anteriores (Dinamarca y Canadá en Afganistán, Turquía en su lucha contra el Estado Islámico en Siria y, ahora, Ucrania).

¿Cómo es posible que un vehículo acorazado de alta tecnología como el Leopard II, provisto de un armamento insuperable -cañón de 120 mm-, sistemas electrónicos y óptica de vanguardia y un blindaje frontal británico Burlington-Chobham de 800 milímetros en horizontal- haya tenido un desempeño tan pobre, arruinando las altísimas expectativas que el alto mando de Celensqui tenía puestas en este blindado y dejando en ridículo a la OTAN y a la industria militar alemana. La causa del tropiezo no está en la baja calidad del material suministrado, sino en el empleo inadecuado del mismo.

El tanque Leopard fue diseñado durante los años 70 del siglo pasado para hacer frente a una hipotética ofensiva de las divisiones acorazadas soviéticas en las llanuras alemanas. La idea era crear una máquina de guerra formidable que pudiera contener a las tropas del Pacto de Varsovia en una franja de terreno llano de entre 50 y 100 kilómetros de profundidad situada frente al saliente de Fulda, lugar por donde habría tenido lugar el ataque, en caso de haber estallado la Tercera Guerra Mundial-cosa que gracias a Dios no llegó a suceder jamás-. No se hizo para operaciones de ataque en profundidad ni para funcionar en las extensas planicies de Europa Oriental. Y mucho menos para penetrar defensas en profundidad como las que el ejército ruso tiene montadas en el Donbass.

La pérdida de una docena de tanques Leopard II del ejército turco hace años, cuando prestaban su servicio en Siria contra comandos terroristas del ISIS, debería haber puesto en guardia a la OTAN y a Celensqui contra esta posibilidad. Estamos demasiado acostumbrados a mitificar el armamento moderno. A discutir en redes y foros de opinión acerca de las características más novedosas del último modelo de carro blindado o caza de quinta generación. Pero todo eso no es más que inmadurez de aficionado que prioriza el glamour sensacionalista de la estrategia sobre la rutina profesional y aburrida de la logística. Lo cierto es que las guerras no se hacen con máquinas ni con tecnología. Se hacen con hombres y a favor o en contra de unas condiciones geográficas y ambientales muy determinadas. Una vez más, se confirma la tesis de que las armas no son eficaces o inútiles por su superioridad tecnológica o cualitativa, sino por la forma en que se manejan o el modo en que se adaptan o no a los diversos escenarios bélicos.

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