¿Cuál es la Historia?

Narrativas de lo que acontece bajo la línea de flotación

Ucrania y el gran negocio de las renovables

Paneles solares China

Supongo que asistís con cierta expectación al vertiginoso caudal de noticias: cese informal del fuego en la bolsa de Bajmut, viaje de Pedro Sánchez a Beijing, entrada de China como árbitro en la crisis bélica de Europa Oriental, entrada de Finlandia en la OTAN, discursos por aquí, declaraciones por allá y los rumores de costumbre. Sospecháis que existe una relación entre todos estos fragmentos de información, entretenimiento mediático, propaganda o lo que sea. Pero no adivináis cuál es. No os preocupéis: vuestro analista independiente está aquí para explicarlo, en breves palabras, del modo más sencillo, sin grandilocuencias y sin casarse con nadie. Tras la lectura de la prensa económica durante los últimos días, me he dado cuenta de que en estos momentos todo gira en torno a un negocio multimillonario a tres bandas. El negocio es el siguiente: en EEUU, los estímulos fiscales a las renovables de la administración Biden están creando un enorme mercado para todo eso que llaman “energías limpias”: aerogeneradores, parques eólicos, geotermia, coches eléctricos, redes inteligentes, aplicaciones IoT, chips especializados, etc. Como es sabido, Europa es el mayor productor del mundo en estos sectores, y de su expansión comercial en el mercado americano dependen centenares de miles de puestos de trabajo en el Viejo Mundo. Sin embargo, la mayor parte de los fabricantes europeos del sector medioambiental dependen de China como proveedora de tierras raras y otros materiales necesarios para fabricar los productos y las soluciones de ingeniería que requiere el avance de la sostenibilidad.

Esta es la razón de que el gobierno de Beijing se haya decidido a dar un paso adelante, ofreciéndose como mediador en la crisis de Ucrania, en el contexto de la nueva política del gigante asiático. Con la llegada de Xi Jinping al poder, hace 10 años, China abandona su perfil bajo para emprender un curso político encaminado a recuperar la posición central que el Imperio Chino tuvo en el mundo hace siglos. Esto hace inevitable que veamos a China como agente mediador en Ucrania, aunque la idea no le guste mucho que se diga. Pero una gran potencia no puede sustraerse a ciertas responsabilidades. Menos aun cuando se trata de un conflicto que tiene lugar en el epicentro de la política mundial. Y por supuesto, la economía es una razón de mucho peso que no se puede dejar pasar por alto.

En tales condiciones, y aceptado que el impasse en la batalla de Bajmut obedece también a esta situación -y no solamente al agotamiento de hombres, material y municiones-, la situación, de cara a un posible proceso negociador, queda de la manera siguiente. El desnecuentro principal gira en torno a las diferencias de intereses entre las dos principales partes beligerantes. Rusia exigirá sin duda la conservación de todo lo ocupado y además, sus dos objetivos originarios: Ucrania neutral y un compromiso escrito y firmado de no entrar en la OTAN. Ucrania se mostrará dispuesta a aceptar esto último a condición de que las fronteras vuelvan a quedar como en 2014, incluyendo la devolución de Crimea.

La Unión Europea, por coherencia y no perder la cara, se alineará con las posiciones ucranianas, si bien con el tiempo, y deseosa de terminar con su elevadísimo gasto en armas y ayuda humanitaria, se mostrará dispuesta a aceptar una amplia gama de compromisos. A Estados Unidos, el resultado de las negociaciones le da lo mismo, con tal de que los intereses de Rusia no salgan demasiado mal parados ni beneficiados en exceso. Y China, como vemos, se pondrá de perfil porque de cara a su futura posición en el mundo, no le interesa que le supongan demasiado proclive hacia unos ni otros. A lo que aspira es a figurar como un juez imparcial al que los gobiernos acuden en caso de conflicto.

Es en este escenario en el que se podrían desarrollar las negociaciones, una vez decretado el armisticio. Hablamos de un período de duración indeterminada y cuajado de incertidumbre. A diferencia de la diplomacia occidental, que trabaja con agendas rígidas y persigue resultados concretos, los procesos negociadores en los que intervienen Rusia y otros países eslavos suelen ser largos, escabrosos, complicados y ambiguos. Tampoco se excluyen posibles rupturas, incluso una vuelta a las hostilidades. Pero en medio de esa jungla diplomática nos beneficiaríamos de una ventaja que Andrej Gromyko, el legendario ministro soviético de Asuntos Exteriores y máximo representante de la Escuela Diplomática Rusa, resumió con una frase lapidaria: “son preferibles diez años de negociaciones antes que un solo día de guerra”.

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