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Mi experiencia en la Piscina de 42Urduliz

Urdúliz - La Piscina - Promoción febrero-marzo 2023

Hice las pruebas para la Piscina porque estoy interesado en llevar a cabo un reset profesional desde mi sector profesional en vías de extinción hacia el mundo de la programación informática. También sentía curiosidad por experimentar este innovador método de enseñanza basado en la gamificación e ideado por el empresario francés Xavier Niel, sin profesores, con horarios flexibles y un énfasis permanente en el trabajo en equipo y el autoaprendizaje. En realidad, la Piscina, de 26 días de duración, está planteada como etapa de selección de candidatos para formar parte de un ciclo más prolongado -al que llaman la “Academia”- que dura varios años. Al término del mismo, el alumnado que supera las pruebas se convierte en un grupo de programadores de élite, capaces de emprender por cuenta propia proyectos tecnológicos de alto nivel o pasar a formar parte del personal de empresas punteras como Telefónica o Volkswagen.

Decir que la Piscina supone un choque cultural es quedarse cortos. Libertad total y cierto ambiente de anarquía, pero dentro de un sistema de reglas severas gobernado con mano de hierro por un equipo supervisor. Instrucciones enrevesadas como en un juego de ordenador, y unos exámenes diseñados no para probar los conocimientos adquiridos sino la capacidad de resistencia a la frustración del candidato o la candidata. Los contenidos didácticos están basados en el venerable lenguaje C, que tiene más de medio siglo y ni siquiera admite la programación orientada a objetos. Es como si te invitaran a hacer un master sobre Leyes Europeas de la Competencia, y al llegar te das cuenta de que todo gira en torno a un temario de Derecho Romano y tu reto principal consiste en adivinar lo que quieren decir la normativa del campus.

Obviamente sería injusto juzgar los Campus 42 bajo un criterio tan simple. Hay algo más. Cuando la Diputación Foral de Bizkaia y entidades como Telefónica, Volkswagen y la Fundación Thiel deciden respaldar una iniciativa como esta, sus motivos tiene que haber. El más importante, sin duda, reside en el factor humano. En una época de pereza mental, gregarismo, echada a perder por la incompetencia del sistema educativo y el indolente abandono de las masas al opio del pueblo de las redes sociales y las plataformas de streaming, resulta de gran interés cualquier fórmula que te ayude a distinguir a la gente que aun es capaz de poner su cerebro en funcionamiento, con la promesa de un futuro mejor, la superación de un reto personal o, simplemente, hacer algo útil para la sociedad. En resumidas cuentas, la Piscina no es una escuela de programación. Es un procedimiento para cribar a esa parte de la población que posée facultades para trabajar en la producción de tecnología en lugar de limitarse a consumirla.

Admito que la Piscina no es lo que yo andaba buscando -aprendo mucho más por mi cuenta que con todos esos ejercicios inútiles sobre cómo escribir caracteres con una función de C-. ¿A mi qué me importa todo eso? No estoy para juegos. Lo que necesito es acción. Me gustaría desarrollar programas para teléfonos móviles, aplicaciones web, Ciencia de Datos. En otras palabras: adquirir los conocimientos y las habilidades que me resulten útiles para moverme en un cambiante entorno freelance, de startups e innovación permanente. En ese aspecto, la utilidad de un Campus 42 es ciertamente limitada.

Tras haber pasado por la Piscina, se advierte claramente que todo lo que se cuenta sobre ella, en los medios y la publicidad institucional, está sobrevalorado y no responde a la realidad. Si puedes aprender por tus propios medios, se te da bien la programación y eres una persona disciplinada, en realidad no necesitas ir a un Campus 42. Aprovecharás mejor tu tiempo estudiando Java, Python o incluso C/C++ con videos en Youtube.

Sin embargo, y pese a todo lo dicho, hay algo que convierte a la Piscina es una de las experiencias de dinámica de grupos más fascinantes desde que Faickney-Osborn inventó el brainstorming en el año 1939. El valor que aporta, tanto para las empresas que la financian como para quienes pasan por el Campus, reside en la posibilidad de conocer a personas de todas las edades con un perfil singular: el del individuo, hombre o mujer de cualquier procedencia, background educativo y edad entre los 18 y los 60 años, que se ha propuesto el extraño objetivo de reconvertirse profesionalmente al sector de la programación informática. En este grupo hay de todo: desde licenciados universitarios y técnicos de mantenimiento eléctrico hasta trabajadores en paro, inmigrantes e incluso camareras y baristas. Toda una aventura que te sitúa en vanguardia de la Digitalización, es única y vale la pena vivir.

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