¿Cuál es la Historia?

Narrativas de lo que acontece bajo la línea de flotación

El ascenso imparable de la propaganda rusa

Protesta contra la guerra de Ucrania

Hace un año, todo eran loas y aplausos a Zelenski. Las redes sociales crepitaban con el entusiasmo guerrero de toda una legión de combatientes de sofá, que nos inundaban de banderitas amarillas y azules al mismo tiempo que los almendros florecían en Mallorca. Rusia era una fenómeno opaco, amenazador, lejano, inexistente a nivel de comunicación pública. Hoy, sin embargo, las tornas han cambiado y cada vez hay menos gente dispuesta a dar un duro por el régimen de Kiev. Los niveles de adrenalina se desploman. Todo el mundo se pone de perfil y prefiere no discutir, anticipando el final del mito heroizante con la que Europa pretende encubrir su participación en una las contiendas más infames, inútiles y cínicas de nuestra era. Entre las masas existe cierta receptividad ante las posiciones rusas. Incluso proliferan las opiniones abiertamente favorables a Putin. ¿A qué viene este cambio de talante? ¿Por qué ha fracasado de un modo tan lamentable la propaganda occidental en la guerra de Ucrania?¿Fallo en Matrix? ¿O simplemente hay algo que no se ha hecho bien?

En primer lugar, conviene añadir que todo esto no tiene nada que ver con la evolución real del conflicto. Las guerras las deciden los ejércitos, los recursos económicos y la estrategia. Y en todos estos rubros la ventaja rusa resultó decisiva desde el principio. El poder de la propaganda para influir en el curso de los acontecimientos es mucho menor de lo que nos imaginamos. Pero aunque sea prácticamente inútil a la hora de cambiar las actitudes, una buena política comunicativa fomenta cambios de opinión entre las masas. Y en este sentido sí se puede afirmar que el gobierno ruso, a través de sus cauces oficiales y el aparato de propaganda del Kremlin, lo hace mucho mejor que los medios de comunicación de Occidente.

Para entender por qué es así, antes debemos saber cuál es la diferencia entre agitación y propaganda. Agitación es cuando se distribuye una sola idea a gran número de personas, de un modo sensacionalista y sensiblero. Esto es lo que hacen los medios occidentales cuando emiten todas esas noticias que desafían el intelecto de sus audiencias (reparto de condones a los soldados rusos para fomentar violaciones, matanzas de civiles fingidas en Bucha y Jarkiv, imágenes de tanques con las torretas arrancadas). Todo esto es muy eficaz a corto plazo. Pero tiene un grave defecto: cuando no se consigue galvanizar a la totalidad de un público, se forman reductos de escepticismo que son imposibles de reconducir, y que poco a poco irán creciendo haciéndose más numerosos y desafiando a la versión oficial propalada por el gobierno. Esto ya sucedió durante la pandemia y lo volvemos a ver ahora. Precisamente es de estos disidentes de la opinión pública de los que se nutre la propaganda rusa.

La propaganda, por el contrario, consiste en la difusión de muchas ideas a un número limitado de personas. Se cuidan los contenidos y se busca coherencia en ellos. El redactor huye sistemáticamente del sensacionalismo, las posiciones maniqueas y la pornografía sentimental. Procura revestir su mensaje en forma de noticias de calidad, con razonamientos que no van explícitamente dirigidos a persuadir al lector, sino a crear en él la impresión de que, gracias a lo que magnánimamente se le explica, ahora comprende mejor los entresijos de un mundo real en que las cosas no son blancas o negras, sino que todo tiene su claroscuro y su razón de ser. Indudablemente Rusia, a través de sus canales de difusión exterior, se ha decidido por emplear esta estrategia, con los resultados positivos que eran de esperar.

Lo sorprendente es que este enfoque propagandístico, basado en la moderación, el engaño sutil y los contenidos de calidad, fue inventado por los anglonorteamericanos en la Segunda Guerra Mundial, donde demostró una clara superioridad sobre las burdas campañas de agitación del Tercer Reich. El que Rusia, siendo una dictadura, haya aprendido las lecciones de aquella época, mientras el ilustrado y democrático Occidente las olvida, habla de la incompetencia y la falta de preparación de las élites políticas que dirigen los destinos de Europa.

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