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¿Tanques para Ucrania? Va a ser que no

Tanque

Ultimamente se oye hablar mucho de cohetes, drones, gasoductos submarinos destruidos y puentes que se caen a causa de la explosión de camiones bomba. La gente se pregunta cómo es que, después de la fulgurante ofensiva en Jarkov el pasado mes de septiembre, las fuerzas ucranianas no prosiguen su paseo militar hasta recuperar todo el Donbass e incluso avanzar más allá de la frontera rusa. La respuesta es que no lo hacen porque, simplemente, no pueden: por falta de hombres, recursos, organización y, sobre todo, de un elemento clave en cualquier plan de operaciones moderno: el tanque. Las aparentes victorias del mes pasado se debieron a la audacia de gran número de unidades de milicias coordinadas por la inteligencia norteamericana que durante días se dedicaron a atacar puntos ciegos de la defensa rusa fuera de los enclaves estratégicos que realmente interesan a Moscú: las repúblicas de Donetsk y Lugansk y el area de Jersón en el sur.

Estos golpes de mano, que se llevaron a cabo con unos niveles de riesgo elevados y supusieron la pérdida de gran número de combatientes ucranianos, crearon en los medios occidentales la impresión de un avance imparable. La posterior estabilización de los frentes y la vigorosa respuesta rusa han traido consigo la vuelta a la realidad. Y también una renovada conciencia del gran problema del ejército ucraniano: la falta de unidades acorazadas formadas por tanques de última generación. Sin esto, todo intento de hacer frente al ocupante ruso está condenado a fracasar o quedarse en un simple golpe de efecto.

Ahora bien, si tan fácil es resolver el problema, ¿por qué nadie se molesta en ello? ¿Por qué las potencias occidentales no suministran unos cuantos blindados Abrams o Leopard II? Bastarían un par de divisiones acorazadas al nivel de la OTAN para poner en fuga a todo el ejército ruso. En tales circunstancias, no solo sería posible la reconquista de todo el territorio perdido sino incluso un avance más allá de las fronteras. Sin embargo, y paradójicamente, es aquí donde reside el riesgo del tanque para Europa y Estados Unidos. La OTAN ha decidido que en Ucrania se libre no una campaña dirigida al triunfo de las armas ucranianas sino una guerra de desgaste contra Rusia.

Demasiado a menudo se pasa por alto que en esta lucha Ucrania no es un aliado, sino un simple peón en una partida de ajedrez global entre las grandes potencias. Lo que realmente interesa a la OTAN es que sean destruidos la mayor cantidad posible de tanques rusos, que muera la mayor cantidad de soldados rusos y que Rusia quede debilitada. En ningún caso se contempla la victoria de Ucrania. Incluso sería contraproducente, sobre todo para los intereses geopolíticos de Estados Unidos. Por esta razón, Kiew podrá recibir misiles anticarro, obuses de artillería, ayuda humanitaria y servicios de contraespionaje. Pero tanques no, en modo alguno. No al menos blindados ultramodernos de altas prestaciones como los Abrams o los Leopard II. De hecho, el gobierno de Ucrania ha exigido perentoriamente unidades de este último modelo a Pedro Sánchez y al canciller alemán Olaf Scholz, con la respuesta que conocemos.

Con su marrullería habitual, el presidente español se negó a entregar los 53 Leopardo 2E que permanecen estacionados en su almacén de Zaragoza pretextando motivos técnicos nada creíbles -que si no están en condiciones operativas, que si faltan manuales y documentación, etc.-. Lo de Scholz es surrealista. Preocupado ante el efecto de imagen que causaría el ver otra vez a los tanques alemanes tomando parte en una invasión de Rusia, el Canciller Federal ofreció a Celensqui un chanchullo tercermundista: trasladar a Ucrania los tanques soviéticos T-72 que le sobran al ejército griego, compensando a Atenas con excedentes alemanes del modelo Marder 2, un vetusto blindado de los años 80 con cañón de 20 mm. Sobran los comentarios.

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