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La destrucción del Nord Stream podría acelerar el final de la guerra en Ucrania

Nord Stream

La cuestión de la autoría de los sabotajes contra los gasoductos tendidos en el fondo del mar Báltico entre Alemania y Rusia está haciendo correr ríos de tinta. Hay opiniones para todos los gustos. Entre el público de los países europeos se está imponiendo la idea de que el atentado proviene de la misma Rusia. Para justificarlo se publicitan, a través de telediarios y editoriales de prensa, enrevesadas teorías capaces de sortear la circunstancia de que esta infraestructura ha sido financiada por Rusia, con una inversión que podría rebasar los 25.000 millones de euros. Otros sostienen que el sabotaje es obra de los norteamericanos para favorecer el negocio de sus propias gasísticas en detrimento del género ruso, más barato y próximo al consumidor. La principal objeción a este supuesto cae por su propio peso. Estados Unidos no correría nunca un riesgo tan grande.

Si alguna vez se llegara a saber que los servicios secretos o los cuerpos especiales norteamericanos tuvieron algo que ver en el atentado, el Gobierno Federal de Estados Unidos se vería expuesto a una lluvia de demandas billonarias: empresas rusas y alemanas, compañías de seguros y proveedores con facturas pendientes de cobro contra el gobierno alemán, que tras la paralización definitiva del proyecto Nord Stream interviene en calidad de responsable civil subsidiario. Por no hablar del precedente judicial de inmunidad que crearía para todos aquellos que, en alguna ocasión, y por las razones que fuese, decidiera llevar a cabo sabotajes y ataques terroristas contra instalaciones técnicas de titularidad norteamericana.

La posibilidad más obvia, la de la autoría ucraniana, es la menos comentada. La mayor parte de los analistas dan por hecho que Ucrania carece de capacidades para organizar y llevar a cabo una acción de guerra de tal envergadura. Naturalmente esta es una noción errónea. Para destruir una tubería situada a 80 metros de profundidad no hacen falta submarinos de alta tecnología ni equipos especiales. Basta con escafandras de buzo presurizadas y una mina temporizada. Para cuando explote, el comando estará de vuelta en Ucrania después de haber recorrido tranquilamente menos de 1.000 kilómetros en furgoneta a través de territorio polaco. Se trata, por tanto, no solamente de una teoría razonable, sino también de la hipótesis más probable.

En cualquier caso, lo que interesa no es tanto quién ha sido como los posibles efectos en la evolución del conflicto. Las repercusiones económicas serán prácticamente nulas, ya que el transporte de gas estaba interrumpido desde hace semanas. Sobre el revuelo causado en redes y la histeria informativa amplificada por los medios, tampoco vale la pena hablar. Más interesante es la posibilidad de que la destrucción de esta importante arteria energética retire del tablero geopolítico uno de los principales elementos de discordia entre las grandes potencias.

La parálisis del Nord Stream había sido una de las grandes aspiraciones de Washington, desde mucho antes incluso de que comenzara la guerra e incluso la crisis en Crimea y el Donbass. Ahora que Estados Unidos ha conseguido separar a Rusia de Europa, existen mayores probabilidades de que se abran nuevos cauces de negociación. Los próximos días serán reveladores en lo que respecta a este interrogante.

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