¿Cuál es la Historia?

Narrativas de lo que acontece bajo la línea de flotación

Israel ante la guerra de Ucrania

IDF

Entre todas las reacciones oficiales frente al conflicto de Ucrania destaca por su circunspección la israelí. Al margen de alguna que otra ruidosa manifestación a favor de Ucrania en Tel Aviv y otras ciudades importantes, la postura del estado judío es de estricta y respetuosa neutralidad, con un difícil equilibrio en las instituciones internacionales -condena formal de la agresión rusa en la Asamblea General de Naciones Unidas, y rechazo a las sanciones en el Consejo de Seguridad-. Las razones de esta actitud son tan evidentes que ni siquiera haría falta hablar de ellas. Israel es el único país de todo el mundo que persigue sus intereses de estado sin ningún tipo de argumentos filantrópicos ni excusas hipócritas, pese a quien pese. De entrada, es obvio que quedaría muy mal si negara a los rusos la alternativa de hacer, por implacables razones de Realpolitik, lo mismo que los israelíes hacen en la franja de Gaza y en las zonas ocupadas.

La seguridad en la frontera norte de Israel depende en estos momentos de la eficacia en la cooperación entre el ejército judío y las fuerzas rusas estacionadas en Siria. Rusos e israelíes se coordinan muy bien en la lucha contra el Estado Islámico. No solo comparten información estratégica y táctica. La IDF (Fuerzas de Defensa de Israel) interviene contra la milicia palestina y otros grupos fundamentalistas apoyados por Irán a través de los corredores que Moscú les facilita, en ocasiones con apoyo táctico desde las bases rusas. Poner en riesgo esta cooperación es lo último que haría el gobierno de Tel Aviv.

De modo que Israel no apoyará sanciones contra Rusia en ningún foro internacional, por mucho que Celensqui apele a su condición de judío. Hasta aquí, fácil de entender. Menos obvio es un riesgo que se manifiesta directamente a partir de la experiencia militar del conflicto. He aquí el nuevo paradigma en la historia de la tecnología bélica: los nuevos sistemas de armas antitanque -missiles Javelin y NLAW- anuncian el fin del arma acorazada después de un siglo como espina dorsal de los ejércitos. Si un tanque de 10 millones de dólares puede ser puesto fuera de combate por un cohete que no cuesta más de 40.000, portable y fácil de armar, que puede ser disparado incluso por soldados sin entrenamiento de ningún tipo, esto lo cambia todo.

Israel tiene en servicio alrededor de 2.000 tanques Merkava de tres generaciones sucesivas. Con ellos hace frente no solo a las fuerzas militares de los países limítrofes, sino también a la insurgencia palestina. Obviamente, es difícil que unos grupos terroristas lleguen a desarrollar los sistemas electrónicos y las teconologías que hacen posible el funcionamiento preciso de un missil antitanque. Sin embargo, parte de las unidades que están siendo suministradas por Estados Unidos a Ucrania, por millares y sin ningún tipo de control, pueden llegar a manos de Hezbolá y otras milicias terroristas, a través de Irán u otros países árabes. Y es ahí donde reside el mayor riesgo oculto del conflicto en Europa Oriental. Un riesgo que, a medio y a largo plazo, obligará a reorganizar la estrategia de defensa de Israel.

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