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El juego de Putin

Putin

Voy a exponer mi visión personal acerca de la crisis en Ucrania, y las razones por las cuales la mayor parte de los analistas occidentales se equivocan al juzgar las perspectivas de éxito (o de fracaso ) de unos y otros, dependiendo de por quién se decanten las simpatías de cada cual. Las mías no están ni con unos ni con otros, de modo que considerad esto como la aportación sincera de alguien que se esfuerza por ser imparcial. Si no lo consigo, culpad de ello a mi falta de perspicacia, pero no la mala voluntad. De algunas horas a esta parte los medios nos informan de que la ofensiva rusa se ha estancado, que Putin no logrará invadir Ucrania, ni siquiera tomar Kiev, debido a problemas en sus cadenas de logística, la heróica resistencia de los ucranianos y otras causas por el estilo reales o imaginarias. Y que por lo tanto, su plan ha fracasado. Estos puntos de vista tienen que ver no solamente con el pensamiento caprichoso, sino con la suposición de que el presente conflicto es una guerra convencional.

Nada más lejos de la realidad. Desde que abrió las hostilidades, Putin contaba ya con el hecho de que tarde o temprano, las operaciones militares desplegadas con unos efectivos tan exiguos -no más de 200.000 hombres, todo lo que se puede permitir- desembocarían en una situación imposible de resolver en términos de estrategia y táctica militar. Si a los americanos les sucedió en Irak y Afganistán, con unos medios materiales diez veces mayores y contra ejércitos de medio pelo y mal pertrechados, no podía esperarse más respecto del enfrentamiento con una fuerza de tipo occidental como la ucraniana, equipada con armamento moderno de procedencia soviética y rusa, vehículos acorazados y aviones de caza Mig-29.

El objetivo no consistía en vencer en el campo de batalla, ni siquiera en hacer presión para lograr los objetivos políticos y diplomáticos que en última instancia persigue el Kremlin. El objetivo consiste en algo más rebuscadoy sutil: generar una situación de hechos consumados sobre la cual un gobierno como el ruso, protegido por su situación geoestratégica, bien provisto de reservas financieras y preparado para la ocasión desde hace años, pudiera sentarse a esperar: una semana, un mes, todo un año, lo que haga falta. Tarde o temprano Ucrania y sus valedores en Washington y Bruselas, obligados por la economía, los mercados financieros y una opinión pública harta de incertidumbres e incompetencias políticas de sus propios líderes, se verían obligados a pasar por el aro y aceptar las condiciones ofrecidas por Putin, que de todas maneras, tampoco dejan de ser razonables: Ucrania fuera de la OTAN, fin de la expansión militar occidental en el Este, neutralidad de las naciones fronterizas. Y esta vez todo por escrito, no como en los años 90 del siglo pasado, cuando la euforia por el final de la Guerra Fría empujó a los rusos a fiarse de la buena fe de las potencias occidentales.

Que este de la negociación sobre hechos consumados es el escenario hacia el que vamos, a nadie le quepa la menor duda. La guerra de Ucrania es un conflicto de nuevo estilo. Si Europa y EEUU están fracasando de un modo tan palmario a la hora de hacerle frente, es porque aun no han aprendido a considerar la guerra desde puntos de vista que no tengan que ver con ese engreido cartesianismo occidental que lo reduce todo a figuritas de plástico arrastradas sobre un tablero en una sala de Estado Mayor. En el modo moderno de concebir la guerra se reflejan la sabiduría oriental y la fantasía eslava: la astucia de Sun-Tzu, la negación de lo convencional, los sistemas de armas avanzadas, friquismo estratégico, drones, torpedos supercavitantes, katiuskas camuflados bajo campos de golf, maskirovas, ofensivas híbridas y debilidades transformadas en fuerzas.

Putin lo ha tenido siempre claro. Desde el primer día en que llegó al poder y se dio cuenta de que, a diferencia de la antigua Unión Soviética, una nación como Rusia, de medios precarios, con un PIB comparable al de España y un presupuesto militar diez veces menor que el de EEUU, jamás podría imponerse en el campo de batalla por medios convencionales.

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