¿Cuál es la Historia?

Narrativas de lo que acontece bajo la línea de flotación

Ucrania: la guerra como espectáculo

Lord Byron

¿Existe alguna razón para que los gobiernos y la opinión pública de los países de Europa Occidental hayan decidido cerrar filas con Ucrania, de un modo tan dramáticamente resuelto, con sonoras declaraciones de apoyo, encendidos debates en medios y redes sociales y aparatosos gestos institucionales -como por ejemplo la exclusión de Rusia de un populachero festival de canción moderna- que en otros tiempos nos habrían parecido ridículos, pero que hoy, en la época de la realidad virtual, no dejan de tener su lógica? Evidentemente existen motivos de peso, y no debemos ir hasta muy lejos para dar con ellos. Lo que estamos viendo es una explosión de energía vital y todas las tensiones contenidas durante la pandemia del Covid-19. Una válvula de escape y a la vez la respuesta pública ante las nuevas tendencias de la historia: la guerra híbrida y nuevas formas de entretenimiento en la era digital.

¿Les parece demasiado cínico exponerlo de un modo tan crudo? ¿No estamos obligados a ser más respetuosos con toda la gente que muere en los campos de batalla y sufre en la retaguardia? No les quito la razón. Pero no se me ocurre mejor modo de hacer ver lo que pasa. Evidentemente, la guerra en Ucrania tiene un núcleo de duras realidades: las operaciones militares se cobran vidas de soldados y civiles, destruyen edificios y arruinan la economía de las naciones. Pero tienen lugar en una zona muy localizada del mundo y a una escala incomparablemente menor a la de otros conflictos de nuestro pasado reciente -las guerras del Oriente Medio o el conflicto de los Balcanes-. Lo lógico es que la guerra estuviese siendo narrada por corresponsales serios y periodistas especializados. Que nos la tomásemos en serio y que no montásemos en toro a ella todo este carnaval.

Lo que vemos, en cambio, es una gigantesca burbuja de desinformación que lo envuelve todo, con sus pantallazos, sus memes, sus videos de Youtube falsos, sus fake news, sus disputas en Facebook y Twitter, su propaganda y un aluvión incontenible de disparates, como el aviso de puesta en alerta de la disuasión nuclear o la amenaza de cortar los cables de fibra óptica submarina. Nada de esto tiene sentido como auténtica amenaza bélica, salvo por lo que implica el caos informativo resultante de difundir tales rumores en las redes.

Volviendo a Occidente, y aparte de la reacción por las frustraciones de la pandemia, no cabe duda de que el diletantismo, el aburrimiento y la falta de valores juegan también un importante papel en esta oleada de histeria de masas, que convierte a la guerra en un reality show tan poderoso que desborda a la televisión, extendiéndose por ordenadores y teléfonos móviles. La gente necesita desesperadamente héroes y villanos, y eso es lo que se les muestra en las personas de Zelensky y Putin. Nuestros intelectuales se sienten dolidos por la cobardía y la incompetencia de la clase política europea, y por ello elevan a los altares a otros que, desde una cómoda distancia, nos parecen más resolutivos y consecuentes con su ideal democrático.

En el fondo, y esto también hay que decirlo porque es así, también nos aburre este estilo de vida burgués que llevamos. El romanticismo sigue teniendo tirón en el siglo XXI. En las imágenes heróicas de los combatientes ucranianos y un presidente que se niega a ser evacuado a Estados Unidos para liderar la resistencia nacional, subsiste una parte del espíritu de un Lord Byron peleando contra los turcos en Missolonghi por la causa de la libertad de Grecia. Nadie le llamaba, pero él fue porque necesitaba algo más grande que él mismo. Estar en medio de la campiña inglesa escribiendo versos y acariciando a su perro de caza era para él un fastidio tan grande como lo son las series de Netflix para el moderno brigadista de las redes sociales.

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