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Los turistas regresan a Bilbao, ¿bueno o malo?

Turistas en Bilbao

Imagen: JORDI ALEMANY 06/08/16 AMBIENTE TURISMO BILBAO.

Tras el largo y durísimo invierno turístico del Coronavirus, la ciudadanía de esta Villa asiste desde hace algunas semanas a un espectáculo al que apenas tuvo tiempo de acostumbrarse durante la época anterior al 8 de marzo de 2020: una multitud de visitantes foraneos, en grupos guiados, pequeñas cuadrillas, parejas o incluso solos a pie, deambulando por las calles, sacando fotos a los edificios más llamativos de nuestra geografía urbana o, simplemente, disfrutando de su pintxopote en las terrazas de la Plaza Nueva. Mucho turismo nacional, procedente de Andalucía, Cataluña y Madrid. También alemanes y franceses. Y en menor medida, aunque en número creciente, turistas asiáticos. Aquellos grandes pelotones de la Tercera Edad comandados por guías con letrero en alto pasaron a la historia con el hundimiento del turismo de cruceros. Ahora lo que se estila son modalidades originales como paseos en bicicleta por Abandoibarra y el nuevo turismo cutre de paraguas y propina.

¿Deberíamos alegrarnos por este resurgir del turismo en Bilbao? Por una parte sí, porque supone cierto retorno a la normalidad y nos transmite la señal esperanzadora de que la recuperación económica es ya efectiva en algunas regiones del globo. Por otra, no tanto, ya que genera confusión acerca del estado real de nuestra economía y nuestras perspectivas de futuro. Que los turistas vuelvan no es lo mismo que el turismo se recupere. Aunque parece que la cosa marcha, lo que domina es el pesimismo y la confusión. Las instituciones, que dicho sea de paso jamás vieron con simpatía el turismo, y solo lo toleraban como complemento inevitable de un modelo de desarrollo basado en el gasto público, la gastronomía y el urbanismo de vanguardia, carecen de una estrategia de futuro. Y tampoco se dan mucha prisa en elaborarla, con la idea de que probablemente se pueda seguir viviendo de las rentas durante algunos años y después los que vengan que arréen.

Por lo que respecta al turismo, concretamente al sector de receptivo, que hasta la fecha se ha encargado de articular la experiencia local del visitante, el parón del Covid-19 supone importantes cambios estructurales. Uno de ellos es la consolidación de una tendencia que viene de atrás, impulsada por las tecnologías digitales. El turista ya sabe de antemano lo que vale la pena visitar. No necesita que nadie se lo diga, ni que le organice las rutas. Con Google Maps, Foursquare y otras aplicaciones móviles, él mismo se encarga de obtener las respuestas precisas a sus necesidades. Los algoritmos de inteligencia artificial se encargan de llevarlo por donde se halla lo que conviene ver, en función de las preferencias del usuario o lo que hayan pagado los bares y restaurantes que se anuncian en Google. En caso de duda o aburrimiento, recurre a los Free Tours

En tales condiciones, las empresas de receptivo se ven obligadas a un programa brutal de reducción de costes que incluye el traslado de sus oficinas a lonjas de la periferia. Castigadas ya en el nervio principal de su negocio por la desaparición del turismo de cruceros, no les queda otro remedio que redefinir su oferta de servicios, en clave de especialización, turismo familiar, arquitectónico, gastronómico y de otros tipos, y mejorar sus procesos de gestión con la ayuda de herramientas digitales, CRMs y analítica de datos. Algo para lo cual existe abundante literatura técnica, pero muy pocos especialistas que estén preparados en el plano de las habilidades operativas.

Lo mismo le pasa a la economía de Bilbao en su conjunto. Durante años hemos estado viviendo de un paradigma basado en los servicios y una noción elitista y superficial de la cultura -cuyo exponente supremo e indiscutido eran un colosal perro de flores y su caseta de titanio, todo ello a escala desproporcionadamente bilbaina-. Pero esto no era algo definitivo. Se trataba tan solo de un parche para cubrir el interregno posterior a las devastaciones de la Reconversión Industrial de la década de 1980. A dónde va el Bilbao del siglo XXI es algo que nadie sabe todavía. Resulta ilusorio pensar que podemos volver al año 2019. Sin embargo, actuamos como si eso fuera lo que tiene que pasar. Lo malo es que la autoridad municipal también parece darlo por supuesto. Tanto peor, porque tarde o temprano vendrá el baño de fría y traumática realidad.

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