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Inseguridad ciudadana en Bilbao: ¿realidad, paranoia social o incompetencia pública?

Ertzaintza

Tras los últimos incidentes violentos, con un magrebí muerto al caerle encima un montón de cascotes mientras intentaba huir de la Ertzaintza, el pasado mes de agosto, y otro recientemente, durante un altercado a punta de navaja en plena estación de Abando – Indalecio Prieto, vuelve a reactivarse en Bilbao la polémica sobre la seguridad ciudadana en Bilbao. ¿Es verdad que estamos sufriendo una oleada de crímenes, con tendencia a aumentar? ¿O simplemente se trata de una falsa percepción ocasionada por eventos puntuales, como sostiene el Ayuntamiento? En esto la prensa juega a varias bandas, según la línea política del medio. Las redes sociales crepitan. Y a través de canales privados, como Whatsapp, libres de la censura de los verificadores, circulan los rumores más inquietantes, acompañados unos videos de TikTok que ponen los pelos de punta. Por no hablar del problema de los botellones, en los que, por cierto, la percepción de un escenario fuera de control es compartida tanto por la ciudadanía como por las autoridades públicas. Si nos fiamos de las estadísticas oficiales, llegaremos a la conclusión de que no hay para tanto. El sensacionalismo de los medios, combinado con el pesimismo de la gente y el efecto distorsionante de las redes sociales, transmiten la impresión de que nos hallamos al borde de un estallido social. Echad un vistazo a los datos del Ministerio de Interior, en la web de EpData. Si lo deseáis y tenéis tiempo para ello, incluso os podéis descargar el archivo y examinarlo tranquilamente en Excel.

La realidad, sin embargo, es bastante más compleja. Cuesta creer que esos datos de la estadística oficial sean veraces, por una serie de causas que son tan de sentido comun que no hace falta ni explicarlas. En primer lugar, el número de denuncias es muy inferior al de delitos reales, de los cuales no queda constancia oficial. Guste o no, en Bilbao la criminalidad continúa su tendencia progresiva al alza después del anómalo período del Coronavirus. Si quitásemos el año 2020, podríamos ver el actual 2021 como una prolongación del 2019. Ha habido poca variación en cuanto a robos con violencia, tráfico de drogas y sustracción de vehículos. El número de asesinatos (entre 0 y 2 por año) no es lo suficientemente significativo para definir una tendencia estadística, aunque algunos de los casos más espectaculares de los últimos tiempos marcan una divisoria entre el Bilbao de antes (en el que podía haber una paliza de vez en cuando) y el de ahora (donde la gente llega incluso a perder la vida en plena calle). Lo que más destaca, sin embargo, es una espectacular caída en la cantidad de hurtos, casi a la mitad. Esto podría explicarse por el brusco final del turismo de cruceros a causa del Covid-19.

En resumidas cuentas, la ciudad no es hoy mucho más violenta de lo que era hace un par de años. A pesar de ello, existe una impresión de lo contrario. La culpa de que esto sea así corresponde a la autoridad pública, por su incapacidad de articular políticas de seguridad que inspiren credibilidad a la ciudadanía y vayan más allá de los planteamientos puramente reactivos y autoritarios del recién terminado Estado de Alarma. La desidia del poder consistorial llega al extremo de no hacer nada en relación con determinados puntos calientes que llevan años formándose en pleno centro urbano, y que por una serie de condiciones urbanísticas se han convertido en imanes para delincuentes, marginados sociales y camellos, sin que desde el Ayuntamiento se haga nada para evitarlo. Como ejemplos más crasos de esta inoperancia municipal se pueden citar los alrededores de la misma estación de Abando, el tramo final de la calle Elcano o la zona anexa al pantalán que se encuentra junto a la Ría, por detrás del palacio Euskalduna de Congresos.

Si la autoridad es absolutamente incapaz de contrarrestar la degradación social de estas zonas -que además resultan de gran importancia en el contexto del modélico urbanismo de la Villa- no debe extrañarnos que la comunicación institucional falle en toda la línea. El difunto Iñaki Azkuna, al menos, declaró una guerra al navajero. Y con aquello no solamente se ganó el apoyo de la ciudadanía. También impuso algo de respeto a la gente de mal vivir. El Primer Edil de nuestros días, por el contrario, se contenta con anunciar que se trata de hechos aislados, y tan pancho. Esto pone al descubierto una de las principales carencias de una clase política cuyo mayor talento consiste en exhibirse torpemente en celebraciones públicas, homenajes y autopremios de todas clases, pero termina poniendo al descubierto su incompetencia cuando se trata de resolver los problemas reales de la ciudadanía.

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