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Edificios interesantes de Bilbao: Torre Bizkaia

Torre Bizkaia

Para la actual generación de bilbainos, el Guggenheim se ha convertido en el emblema arquitectónico de su ciudad. Y también en un distintivo identitario que aun permanece indemne pese a la crisis del Coronavirus. Por su espectacularidad y su contribución a la economía, gracias a los turistas que lo visitan y al impacto mediático, ha hecho que pasen desapercibidos otros edificios no menos interesantes, tanto por sus propios valores constructivos como por la función social que tuvieron en su tiempo y el mensaje transmitido a la ciudadanía. Uno de estos edificios es el rascacielos del Banco de Vizcaya (hoy Torre Bizkaia). A muchos de los que esto leen les parecerá que fue un crimen demoler la antigua sede del banco, proyectada en 1903 por José María Basterra, para levantar un bloque de acero y hormigón de 60 metros de altura. No seré yo quien les de o les quite la razón en ello. Lo único que sostengo es que, a diferencia del Guggenheim y otras edificaciones del período posterior a 1990, correspondiente a la dictadura de los “arquitectos estrella”, Torre Bizkaia no se limitaba a ser un mero ejercicio de autoafirmación, sino que respondía a conceptos muy madurados y a una evolución de las ideas arquitectónicas de la modernidad.

Los arquitectos Enrique Casanueva, Jaime Torres y José María Chapa, autores del proyecto en 1970, vivieron en un tiempo en el que aun estaba vivo el afán crítico y superador de formas clásicas de los grandes profetas funcionalistas y de la Bauhaus: Le Corbusier, Mies van der Rohe así como de toda la generación revolucionaria surgida de la Bauhaus alemana. De hecho, Torre Bizkaia se asemeja tanto al Radison Collection Hotel de Copenhague (también llamado Torre SAS), obra del mítico arquitecto y diseñador de muebles danés Arne Jacobsen (1902-1971), que en un primer golpe de vista ambos edificios te engañan y resulta imposible distinguirlos uno de otro. Torre Bizkaia quiso ser en su tiempo el símbolo de una urbe encaramada a los valores de la modernidad, antes de que la crisis del petróleo y el impuesto revolucionario de ETA pusieran un brusco final a esas aspiraciones. Como tal, su significado histórico es incuestionable.

Torre Bizkaia es la cúspide del credo funcionalista: una estructura de hormigón armado revestida con paneles de aluminio y vidrio. Sin muros maestros, aditamentos de fachada ni nada que distraiga de la idea principal. Lo contrario de todo lo que vino después, según se ve. A tales conceptos no se llega de la nada. Aunque parezca difícil de creer, la labor de los arquitectos funcionalistas está basada en una reflexión crítica sobre todo el proceso evoluctivo de la arquitectura occidental -lo cual implica un estudio a fondo de la misma-, desde la Grecia Clásica hasta los modernismos, eclecticismos, neotradicionalismos, Jugendstil y demás de finales del siglo XIX y comienzos del XX. En todo ello la proporción desempeña un papel fundamental. Oigamos, por ejemplo, lo que el propio Arbe Jacobsen decía de la proporción: “Ahí está la clave: la proporción es lo que hace perdurables a los templos egipcios y a las construcciones del Renacimiento y el Barroco”. Al ojo experto del aficionado no le costará detectar un claro sentido de la proporción en las reonovadas formas de Torre Bizkaia. Aguzando su oido interno, aun podrá escuchar cómo este edificio le dice que en él aun vive el espíritu de Mies Van der Rohe. En pleno centro de una ciudad que, como Bilbao, casi nunca se preocupa por la proporción.

Con el propósito de facilitar al ciudadano de a pie de Bilbao un método que le resulte útil para interpretar el skyline de Bilbao, ¿cómo distinguimos la arquitectura moderna -por ejemplo Torre Bizkaia- de la posmoderna, es decir, todo lo que ha venido después? Un criterio que no falla es el siguiente: si el elemento tecnológico del edificio destaca de un modo ostensible, entonces nos encontramos delante de una obra posmoderna: las grotescas tuberías ornamentales del Centro Pompidou de París, el revestimiento de titanio del Guggenheim, el vertiginoso equilibrio de fuerzas de la pasarela Calatrava, no dejan lugar a dudas a este respecto. Un corolario de lo anterior sería la constatación de que un edificio posmoderno es aquel que convierte en una auténtica pesadilla el trabajo del personal encargado de la limpieza de fachadas y ventanales.

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