¿Cuál es la Historia?

Narrativas de lo que acontece bajo la línea de flotación

Los medios contra Donald Trump y viceversa

En España un periodicucho de provincias o un confidencial de Internet publica un fake sobre chalets pedidos en la sierra o la más mínima irregularidad en una titulación académica, y el político de turno ya está condenado. ¿Cómo puede ser que Donald Trump, uno de los hombres de estado más odiados de la historia, sea capaz de mantenerse frente a la presión mediática de todo el mundo, incluyendo no solo a los medios más influyentes de Estados Unidos como el New York Times, el Washington Post y la CNN, sino también a las más reputadas tribunas de Europa como Der Spiegel y la mayor parte de las redes sociales de todo el mundo? ¿Cuál es el secreto de una resiliencia tan titánica? ¿Podrían hacer lo mismo otros personajes públicos para evitar que sus jefes los depongan después de haber sido puestos en la picota por algún intrigante juntaletras del partido contrario?

En teoría, lo que hace el Presidente de Estados Unidos está al alcance de todo el mundo: servirse uno mismo de las redes sociales, con energía y determinación; intervenir, tergiversar, pasar a la ofensiva, no dar su brazo a torcer, devolver los golpes, volver a tu favor una situación y demostrar a tus rivales que eres capaz de utilizar contra ellos con mayor maestría las mismas armas con las que te quieren hundir. Si a Donald Trump le sale bien, ¿por qué a otros no?

¿Por qué Pablo Iglesias se mete la coleta entre las piernas cuando le pasan por los morros el chalet de Galapagar y sus chanchullos con los mullahs iraníes? ¿Por qué la ministra Montón se deshace en excusas balbucientes mientras sale por la puerta de atrás con una copia sellada de su formulario de dimisión? ¿Por qué Pedro Duque se pone de perfil mientras se reconcome de rabia dejando que una reputación de héroe espacial duramente adquirida a lo largo de los años perezca en los turbios lodazales del politiqueo cañí? ¿Por qué el propio Presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, se hace el loco y vuela hasta California para presentarse desde allí como paladín de una nueva y poco convincente revolución emprendedora? ¿No sería más gallardo dar la cara, enjaezar el rocín y partir a la carga lanza en ristre?

La respuesta a todos estos interrogantes es tan compleja como la misma situación de partida: un proceso de decadencia del régimen político del 78 en el contexto del caos de las redes sociales y la digitalización. Donald Trump lo tiene más fácil porque carece de ataduras. Las mismas circunstancias serendípicas de su llegada al poder y el no deberle nada a nadie le dejan las manos libres para desplegar su genio táctico en un medio recién descubierto, enromemente eficaz y por si fuera poco divertido. Los políticos europeos, por el contrario, se ven -con la notoria excepción de Vladdimir Putin- atados por convenciones, pactos, prejuicios, complejos, deudas y relaciones jerárquicas. Llegar hasta donde se encuentra Trump es algo en teoría posible, pero más fácil de proponer que de lograr.

Otra causa del elevado grado de exposición de los políticos españoles, y por extensión europeos, a las insidias de la infosfera, reside en la falta de previsión: Donald Trump, al igual que Obama algunos años antes, tenía muy claro lo que se podía esperar de las redes sociales, y desde el principio elaboró una estrategia con líneas claras, enfocada a unos resultados también muy definidos. Los políticos españoles (Pedro Sánchez, Rajoy, Pablo Casado, los ministros y ministras amenazados de cese) no lo tuvieron en cuenta en ningún momento. Actúan de un modo reactivo, pusilánime, desorientado. No están preparados para resistir, y mucho menos para hacerse con la iniciativa.

Pese a lo anterior, no debemos ser duros con estas incompetentes víctimas del tsunami 2.0. Antes de juzgar, deberíamos hacer un esfuerzo para ponernos en su lugar. Las circunstancias en las que vivimos determinan nuestra historia en mayor medida de la que nos gusta imaginar. Se requiere mucho valor para romper moldes y convertirse en autor de una historia propia, como la que escribe Donald Trump, en vez de dejar que la editen en modo colaborativo un enjambre de periodistas a sueldo y la chusma de las redes sociales.

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