¿Cuál es la Historia?

Narrativas de lo que acontece bajo la línea de flotación

Berlín 1936 – Owens, Long y Hitler

Jesse Owens y Lutz Long

Antes de que Jesse Owens saliera al estadio su entrenador ya le había preparado para lo que pudiera suceder. Hitler planeaba convertir los Juegos Olímpicos de Berlín en un montaje propagandístico de exaltación del régimen nazi y la raza aria, en el que a los atletas negros se les reservaba poco más que un papel de probeta de referencia en un ensayo de calidad. “Te recibirán con silbidos e insultos; querrán humillarte, pero no te preocupes por nada. Haz como si no fuera contigo.” Afortunadamente nada de eso sucedió. La expectación de los juegos y el espíritu del deporte se impusieron sobre los prejuicios ideológicos y los 75.000 espectadores del Olympia-Stadion de Berlín -incluyendo a numerosos nazis y miembros de las juventudes hitlerianas- aplaudieron con entusiasmo las proezas de los atletas sin distinción de nacionalidad ni de raza. Incluso Leni Riefenstahl, la polémica autora de documentales y cineasta oficial del régimen, que filmó los Juegos, hizo un gasto homérico de rollos de celuloide en la cobertura de aquellos atletas que más le atraían físicamente, independientemente de que fuesen de raza nórdica o no.

La euforia no conoció límite cuando Owens, desafiando el pronóstico de los propagandistas nazis, comenzó a batir marcas y cosechar medallas de oro: 100 y 200 metros lisos, 400 metros por relevos y salto de longitud, donde venció al atleta favorito del régimen, Carl Ludwig “Lutz” Long (1913-1943). Los jueces, que con rastrera minuciosidad tasaban cada movimiento de Owens para impedir que un negro se hiciera tambień con el oro en una prueba en la que el deporte alemán había entrenado con dedicación, anularon dos de sus saltos por haber pisado la raya. Antes de intentar el tercero, Long, que había observado la mayor capacidad de salto de su rival, aconsejó a Owens que pusiera el pie algo más atrás de la línea para evitar la descalificación. Owens asi lo hizo, y pese a saltar desde varios centímetros por detrás de la línea, logró clasificarse. En la final del día siguiente logró una marca de 8,06 metros, muy superior a la de Long, que había conseguido 7,85.

Despreciando las indicaciones protocolarias del régimen nazi, el atleta nacionalsocialista fue el primero en felicitar al vencedor. Incluso posó junto a él ante la prensa internacional. De este modo fue cómo dos de los mejores deportistas de todos los tiempos escribieron la página más gloriosa de toda la historia olímpica. Durante la Segunda Guerra Mundial Lutz Long combatió en la División Hermann Göring, integrada por efectivos de tierra de la Luftwaffe, y murió en la invasión de Sicilia por los Aliados. Años después, durante la ocupación aliada, Owens regresó a Alemania para conocer a la familia de Long y ofrecerles su ayuda.

¿Es verdad que Hitler se negó a estrechar la mano de Jesse Owens? En un primer momento la intención del dictador era saludar solo a los atletas de raza aria, pero el Comité Olímpico, al enterarse, puso las cosas claras, señalando que las normas eran inapelables: el Canciller debía estrechar la mano a todos o a ninguno. Finalmente el gobierno alemán se decidió por lo último. Cuando Owens consiguió su primer oro, la resolución ya estaba tomada. Tampoco es cierto que Hitler se ausentara del estadio para no presenciar la entrega de la medalla de oro a un negro. El propio Owens narra cómo el dictador se levantó y le hizo un gesto amistoso cuando salía de la pista. Owens devolvió el saludo. Siempre magnánimo, el atleta negro añade que la prensa no hizo bien al criticar al hombre más importante del Tercer Reich.

Durante su estancia en Alemania y pese a las leyes raciales, Jesse Owens pudo alojarse en los mismos hoteles que los blancos y frecuentar los mismos locales. Al regresar a Estados Unidos, le prohibieron entrar en restaurantes y viajar en los asientos delanteros de los autobuses. Al hombre que había ganado para su país cuatro medallas de oro -una proeza no igualada hasta 1984 por Carl Lewis– y dejado en ridículo al régimen nacionalsocialista, lo siguieron tratando como a un ciudadano de segunda. Ni siquiera la Casa Blanca se dignó enviarle ninguna felicitación oficial. Todo lo contrario: Roosevelt marcó distancias con el atleta negro porque las elecciones de 1936 estaban a la vuelta de la esquina y el presidente Roosevelt confiaba en obtener el apoyo de los demócratas racistas del Sur.

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