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Superliga: alianza rebelde contra el imperio galáctico

Quien haya leído el libro “La gran burbuja del fútbol“, publicado en 2016 por el prestigioso y clarividente economista José María Gay de Liébana, ya estaba preparado para el acontecimiento que ayer conmovió a la opinión pública internacional, desencadenando una oleada de protestas no solo en las organizaciones internacionales establecidas (FIFA, UEFA) y en las respectivas autoridades futbolísticas de cada país. También la afición de incontables clubes menores y, lo más sorprendente, los gobiernos de todos los países europeos sin excepción, se oponen férreamente a la Superliga. Importan poco las diferencias nacionales y la disparidad de intereses geopolíticos. Desde el libertario brexitero Boris Johnson a Vladimir Putin, pasando por todos los gobernantes conformistas del Establishment europeo (Merkel, Macron, Sánchez y un largo etcétera), la consigna es la misma: cerrar filas contra un proyecto que impulsa a los diez fundadores de este imperio galáctico a unas alturas de gloria y riqueza sin precedentes, mientras el resto del mundo futbolístico se queda orillado en la mediocridad provinciana y un horizonte de cutrez, indiferencia, quiebras financieras y subsidios estatales como los de la minería leonesa o las compañías aéreas bolivarianas.

¿A qué viene tanto jaleo? Al fin y al cabo, solo es fútbol. ¿O hay algo más? El profesor Gay de Liébana, que por ser hincha del Espanyol está especialmente motivado para investigar el impacto de este fenómeno de encumbramiento de grandes clubes en perjuicio de los más pequeños, ya lo aventuraba con total claridad con el sesudo análisis económico que hizo en “La Gran Burbuja”. Equipos como el Barcelona Fútbol Club, Real Madrid, Iuventus de Milán o Arsenal FC, compitiendo en el marco de las conservadoras organizaciones internacionales dependientes de los gobiernos, alcanzan un seguimiento potencial de unas pocas decenas de millones de aficionados, a través de radio, televisión y medios convencionales.

Compitiendo entre ellos, dentro de un sistema similar al de la Superbowl de Estados Unidos, y dando espectáculo con fichajes de primerísimo nivel, darían el salto a Internet y las redes digitales para llegar a audiencias compuestas por CENTENARES o incluso MILES DE MILLONES de espectadores. Solo en India y China ya les aguarda un tercio de la población mundial. Los que se escandalizaban por el desproporcionado contrato de Messi, de más de 530 millones de euros, ahora entenderán la razón de ser de unas nóminas tan grotescamente desproporcionadas. No son más que un paupérrimo anticipo de los beneficios que se espera obtener en el futuro. Las cantidades de dinero en juego son abrumadoras: derechos de emisión, merchandising, juegos de ordenador, publicidad on line… No se hace uno idea de lo que esto puede llegar a ser de aquí a pocos años.

De ahí que el asunto esté generando tanta controversia. Al público se le bombardea con arengas sobre ideales europeos, solidaridad, valores del deporte y otras frases huecas por el estilo. Pero la triste realidad es que los gobiernos del Viejo Mundo no están preparados para ver una máquina de generar riqueza comparable a Facebook, Google o Amazon, que funciona al estilo americano, fuera del control estatal y al margen de sus estrechas y cicateras políticas de corte intervencionista. Más preocupante es aun el panorama para los clubes menores, que enfrentan un escenario en el que la única alternativa es ofrecer algo que les permita destacar en el mercado global o quedar relegados a nichos de afición local, de juegos de fin de semana y con fichajes no tan bien retribuidos como en los viejos tiempos. La alianza rebelde está en pie de guerra. La infame Superliga Europea, una vez suelta por las constelaciones del balompié, será como la Estrella de la Muerte en la bulliciosa y aldeana galaxia de Star Wars.

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