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Ayuso en campaña: menos es más

Ayuso

El bombo que se le está dando a las elecciones autonómicas de Madrid en medios y redes sociales transmite la impresión de que nos hallamos ante unos comicios con carácter plebiscitario como los de abril de 1931, que dieron origen a la Segunda República. Esta impresión resulta exagerada y además no va por buen camino, ya que en realidad, y aunque es mucho lo que hay en juego, los resultados son más predecibles de lo que parece. En el Estado de Partidos, todos los juegos realmente importantes se hacen con las cartas marcadas. Y este, sin lugar a dudas, es uno de esos juegos. Madrid no es una comunidad como otra cualquiera. Es el centro neurálgico del Estado. De ahí parten todas las carreteras, todas las vías férreas, todas las directrices ejecutivas y legislativas, todos los acuerdos de financiaón y todas las componendas políticas.

Madrid es una de las pocas autonomías que contribuyen positivamente a la financiación estatal. Casi todas las demás, tragan dinero. Desde este criterio, no resulta lo mismo que Madrid esté dirigida por un gobierno conservador con políticas liberales y favorables a la creación de un clima atractivo para la actividad empresarial, que por partidetes de izquierda amigos del intervencionismo, el gasto público y el impuesto de patrimonio. De acuerdo con la opción que salga, la cantidad de recursos para que el Estado pueda cumplir sus acuerdos con las administraciones regionales no va a ser la misma. En el peor de los casos, un cambio en el equilibrio de la financiación territorial obligaría a una reforma de eso que llaman el Estado de Autonomías. Que aunque sea un objetivo pendiente y muy necesario de cara al futuro, hoy por hoy no está a la orden del día.

Por ello, el triunfo de una opción de estabilidad como la representada por la actual Presidenta en funciones, y probablemente vencedora de la cita electoral del 4 de mayo, es el objetivo a lograr, en interés de muchos. No solo de los poderes fácticos del estado. También por un amplio sector de la ciudadanía al que no interesan las leninadas y los sobres con balas de Pablo Iglesias, sino que se vuelvan a abrir los bares, tener dinero para gastárselo en ellos y que los supermercados permanezcan abiertos. Viendo cómo suceden las cosas, se podría pensar que para el diseño de su estrategia electoral, la Presidenta y sus asesores tenían en mente, ya desde el comienzo, algún ejemplo clásico de manual, como la campaña de Aznar en el año 2000 o la de Franklyn D. Roosevelt contra Wendell L. Wilkie en las presidenciales norteamericanas de 1940 (en ambos casos, contra adversarios que por supuesto no tenían nada que ver con los de Ayuso en la actualidad).

La estrategia electoral de Isabel Díaz Ayuso destaca por su elegancia, su simplicidad y el dominio con que la Presidenta la ha ejecutado desde el primer momento. No solo fue ella quien decidió el momento de la batalla, con una convocatoria por sorpresa que desbarató todas las mociones de censura burdamente organizadas por la izquierda. Ahora, en la recta final de la campaña, los partidetes rivales, sin saber qué hacer para atraer la atención, se entregan a la demagogia más cutre y barriobajera. Hasta Gabilondo quiere ser Kennedy. Ayuso, en cambio, se cruza de brazos, esperando que la ciudadanía de Madrid, aburrida por tanto circo electoral, la descubra a ella como única alternativa de moderación y sentido comun. Isabel Díaz Ayuso dejará que sus adversarios se desgañiten todo lo que quieran y se muestren ante la opinión pública como lo que realmente son, una desorganizada patota de radicales cantamañanas. Entonces ella subirá con calma y un botellín de agua mineral por los peldaños de la tribuna, dirá las cuatro cosas que tiene que decir y ahí termina todo. Lo demás será recuento, firma de actas y editoriales de prensa.

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