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La verdad sobre Soros

George Soros

Uno de los fenómenos mediáticos más bizarros de nuestra generación ha sido la forma en que el financiero internacional estadounidense de origen húngaro George Soros se ha convertido en el enemigo público número uno. Usurpación de legitimidades nacionales, conspiración para subvertir el orden internacional, complots para reemplazar la población europea por inmigrantes africanos y árabes, imposición de agendas climáticas empobrecedoras y brutales programas de reducción demográfica, etc. Desde los tiempos de los Protocolos de los Sabios de Sión y las conjuras judeomasónicas de Franco, no se había vuelto a ver en Occidente una histeria de masas similar. Hay gente que incluso está convencida de que Soros es el abuelo de Greta Thunberg. Lo cierto es que detrás del mito fáustico existente en torno a la figura de George Soros no hay nada, salvo una astuta campaña electoral creada por dos publicistas norteamericanos, Arthur Finkelstein y George Birnbaum (curiosamente ambos judíos, al igual que Soros). Finkelstein, que falleció en 2017, también trabajó como consultor de estrategia electoral en las campañas de Nixon, Reagan y benjamín Netanyahu, entre otros.

Los orígenes de este gigantesco montaje se remontan a 2010. En ese año Viktor Orbán, tras una victoria arrolladora en las elecciones húngaras, se dispuso a iniciar un programa de regeneración nacional basado en políticas conservadoras y antieuropeístas. Sin contar con una oposición fuerte, para hacer creíble su programa de reformas y su papel de líder nacionalista, Orbán necesitaba alguien a quien hacer pasar como enemigo del pueblo húngaro. Finkelstein propuso a Soros por varias razones. Él mismo era húngaro, judío, y además un influyente inversor internacional que se había enriquecido con audaces maniobras de especulación a la baja que en su tiempo causaron enormes perjuicios a los gobiernos de numerosos países, como la ofensiva contra la libra esterlina en 1992 y las divisas asiáticas durante la crisis de 1997-98.

George Soros, además de apoyar económicamente a los demócratas en Estados Unidos, patrocina diversas organizaciones (como la Universidad Central Europea y la Open Society Foundation dedicadas a difundir la democracia y las ideas liberales en Europa Oriental. Significativamente, Soros también promocionó a Viktor Orbán cuando este aun era un político liberal, facilitándole cuantiosos medios para financiar su partido político Fidesz y hasta un periódico. Las actividades de Soros en favor de la política norteamericana y la Unión Europea en Ucrania y algunos países del oriente Medio le han granjeado la inquina de Erdogan y Putin. Finkelstein tuvo con su campaña un éxito más grande de lo que nadie hubiera podido imaginar. Su concepto de Soros como enemigo público número uno saltó por encima de los estrechos y provincianos límites del ruedo político magiar para extenderse por todo el mundo. A día de hoy no hay mítin ultraderechista, grupo de Facebook o programa de misterio en el que Soros no aparezca como el mayor villano internacional de todos los tiempos.

La realidad resulta mucho más prosaica. A sus 91 años y con una fortuna personal que, aunque considerable, no llega ni a la décima parte de la de un Bill Gates o un Warren Buffet, Soros no está como para embarcarse en aventuras de conquistador ni tomar parte en conspiraciones internacionales. Su única ambición, más allá del mundo de las finanzas, era obtener un reconocimiento académico por su deslumbrante teoría de la reflexividad, que además de arrojar algo de luz sobre el funcionamiento real de los mercados de valores, le ha permitido acumular un patrimonio considerable. Pero a pesar de esta riqueza y su éxito profesional como gestor de fondos, George Soros ni siquiera ha sido capaz de ganarse el respeto de unos cuantos profesores de Economía. Eso lo dice todo acerca del alcance de su poder y de su capacidad para influir sobre el mundo que le rodea.

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