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Crisis de confianza política generada por el Covid-19

Crisis de confianza Covid-19

En la revista de economía alemana Wirtschaftswoche se informa de que en China y los países pertenecientes a su esfera de influencia la conformidad de la población con sus gobiernos respectivos es superior al 70%. Las encuestas evidencian un grado de satisfacción bastante alto con respecto al modo en que las autoridades han llevado a cabo la gestión de la pandemia. En Occidente, por el contrario, los resultados demoscópicos son dignos de comité de expertos sanchista. Incluso en Alemania, nación que posee la capacidad científica y organizativa que sabemos, y donde -al menos durante la primera oleada- se ha sabido dar ante la pandemia una respuesta más eficaz que en otros sitios, la confianza de la ciudadanía hacia el gobierno y las instituciones públicas no llega siquiera a un mísero 45 por ciento.

Teniendo en cuenta que en un país tan centralizado y consciente de su razón de estado como Francia la confianza es tan solo del 35 por ciento, no me atrevo ni a pensar en cómo puntuaría España. Si no se hacen encuestas, o no se publicitan, es por algo. En cualquier caso no se necesitan sondeos para darse cuenta de que los gobiernos, tanto central como autónomos, y las instituciones públicas -no digamos una clase política que vive a costa de mangonearlo todo- atraviesan la peor crisis de prestigio y de confianza pública de todo el período histórico posterior al año 1975.

Aunque la ciudadanía parece haberse resignado a la cutrez del día a día de una gestión incompetente y garbancera, y no irá a las barricadas mientras los supermercados permanezcan abiertos y no falle la conexión a Netflix, la política carece de credibilidad. Ningún dirigente se moverá para acometer reformas o proyectos nuevos porque sabe que lo que él y sus compañeros tienen que perder -buenos sueldos, privilegios, coches oficiales- es mucho más que lo que se podría ganar. Y en cuanto a los intereses legítimos del pueblo, que se jodan los de abajo. Al fin y al cabo, están acostumbrados desde hace siglos a ser una nación de siervos.

De momento, lo que toca es inercia, continuidad, conformismo y todo el arsenal de melonadas políticamente correctas: ideología de género, memoria histórica, gretismo, la salud antes que la economía, etc. etc. En estas circunstancias, a nadie le extrañe que, por primera vez en toda la historia del Régimen del 78, cada vez haya más gente con momentos de lucidez para darse cuenta de que también existen cuestiones interesantes al margen de las líneas de adoctrinamiento oficial, como la separación de poderes o la composición surrealista de los recibos de la luz. Los largos períodos de confinamiento dan tiempo para reflexionar sobre muchas cosas.

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