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Europa se equivoca apoyando incondicionalmente a Zelensky

Ucrania

No te lo crees ni tú. Lo sensato, y también lo más ético, habría sido presionar sobre Moscú y Kiev por un acuerdo, negociaciones diplomáticas o una conferencia de paz en alguna de las grandes capitales europeas como Madrid o Viena. Sin embargo, y por razones de conveniencia geopolítica que favorecen a Estados Unidos y la OTAN, así como por estupidez y corrupción de los propios funcionarios europeos, los gobiernos occidentales optaron por soplar los fuelles sobre las fraguas de Vulcano cuando menos falta hacía, en pleno proceso de recuperación de la pandemia del Covid-19. Cuando un niño grande avasalla a otro pequeño, lo correcto no es animar a este último para que resista, sino separarlos y restablecer la paz en el patio de la escuela. El error de Europa tiene múltiples dimensiones. Comienza por su propia ceguera a la hora de juzgar la situación. No solo se perdieron de vista los intereses políticos y económicos. También se hizo caso omiso de los principios fundacionales de la Unión.

Las instituciones europeas surgieron a mediados del siglo pasado como un intento de superar los nacionalismos agresivos que habían provocado las guerras mundiales y la ruina de nuestro continente: el nacionalsocialismo alemán, los fascismos sureños, el salazarismo portugués y otros movimientos mesiánicos y excluyentes por el estilo que fomentaron la división entre los pueblos y, como resultado de lo anterior, la guerra. Ahora, uno de estos nacionalismos ha vuelto a resurgir con fuerza en los confines más remotos de Europa. Nuestros gobernantes, en vez de desincentivarlo, lo promocionan. Le lavan la cara, falsean los informativos, edifican un mito heróico basado en la propaganda e incluso intentan hacer pasar por una democracia, similar a las de Finlandia o Luxemburgo, lo que no es más que un estado fallido, mucho más pobre y atrasado que la misma Rusia y con un régimen político igual de autoritario y corrupto. Porque otra cosa no es el régimen de Celensqui, por mucho que nos empeñemos.

También suministramos armas. Pero no para ayudarles a vencer, ni para expulsar al invasor de su territorio. Nuestro único propósito consiste en sostener una guerra de desgaste contra Rusia. En este conflicto han muerto ya, según declaraciones de la propia Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, más de ¡100.000! ucranianos. Obviamente la cifra es errónea o está exagerada. Pero nos proporciona una pista de lo que realmente hay en el fondo de toda esta cuestión: Ucrania no es más que un tablero de juego en el que se dirimen las disputas de las grandes potencias y sus compañías gasísticas. Todo lo demás es literatura y películas de hazañas bélicas.

Si a alguien le parece que lo que digo es incorrecto o tendencioso, ahí está el buscador de imágenes de Google para probar que en realidad me quedo corto. Las muchedumbres se manifiestan en Kiev con antorchas y símbolos medievales. En los despachos de los oficiales ucranianos hay bustos y retratos de Stepan Bandera. Las unidades militares ucranianas portan los mismos emblemas que llevaban las divisiones Panzer alemanas de las SS en la Segunda Guerra Mundial. Esta guerra cultural, muy típica de todos los movimientos nacionalistas, ha llegado incluso al derribo de efigies en la vía pública. Por ejemplo en Odessa, donde hace poco acaban de retirar la estatua del fundador de la ciudad, el militar español José de Ribas y Boyons, simplemente porque estaba al servicio de la emperatriz Catalina II.

Solo hay un camino para salir de este marasmo: negociaciones. Una Ucrania independiente y fuera de la OTAN. Lo que Europa y el mundo necesitan es la paz. Esta no se consigue con declaraciones de intenciones, propaganda o inútiles llamamientos a la legalidad internacional, sobre todo una vez que los perros de la guerra han sido liberados. La paz se logra y se mantiene a través de una acción preventiva eficaz. Diplomacia, organización, talento político y visión de largo alcance es lo que necesitamos en los días que corren. Por desgracia, de eso no hay mucho. Ni en las élites ni en una ciudadanía aborregada por la cultura de masas, la propaganda de la OTAN y la superficialidad de Internet y las redes sociales.

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