¿Cuál es la Historia?

Narrativas de lo que acontece bajo la línea de flotación

El «golpe» alemán

Prinz Heinrich XIII Reuss

Estaba esperando como agua de mayo a que saliese publicado el último número del semanario alemán «Der Spiegel», de tendencia de izquierda liberal, para ver qué cuenta sobre el bizarro caso de ese grupito de jubiletas y friquis que querían montar un golpe de estado en Alemania. Lo que me interesa no es la cosa en sí, sino los motivos por los que los medios le dan tanto pábulo, en Alemania y en el extranjero, a lo que en el fondo no es más que un suceso menor, la aventura de unos cuantos locos y su grotesco intento por derrocar uno de los estados de derecho más prestigiosos y solidamente cimentados del mundo. Con respecto a la gravedad real del tema, basta pasar revista al historial de los conjurados para que resulte inevitable pensar que esto no es un atestado policial, sino el guión para una película de los hermanos Coen: un noble decadente, oficiales del ejército en la reserva (ninguno de ellos menor de 54 años), una jueza de la AfD, astrólogos, influencers de Internet y hasta un cocinero de élite.

Cuesta creer que un medio tan prestigioso como «Der Spiegel» pierda el tiempo con semejante sarta de tonterías, convirtiéndola incluso en tema de portada. ¿No es esto una tomadura de pelo al lector? Lo sería, si no fuera porque la revista de actualidad fundada por el legendario Rudolf Augstein -que sin duda alguna se revolvería en su tumba si supiera en qué tipo de panfleto sensacionalista se ha convertido Der Spiegel- no es la única en atribuir a la conspiración de los Reichsbürger una importancia infinitamente superior a la que tiene. He aquí lo más extraordinario del caso: para detener a 30 personajillos del entorno ultraderechista, la Fiscalía y los Cuerpos de Seguridad de Alemania han movilizado a ¡3.000 agentes de policía! Obviamente, y aunque en el fondo no sea más que una bobada, el asunto tiene una historia detrás. Aquí os cuento mi opinión personal acerca de este suceso.

Durante las últimas crisis del Covid y la guerra de Ucrania, con sus secuelas sociales, económicas, inflacionarias y de carestía energética, la militancia de la AfD (Alternativ für Deutschland) y otros grupos de extrema derecha se han radicalizado. A causa del confinamiento, que impuso una dependencia excesiva de Internet y las redes sociales, ha habido malsanas sinergias informativas entre estos círculos reaccionarios y otros de tendencias conspiranoicas, antivacunas y difusores de bulos y teorías de la conspiración (chemtrails, grafeno, gran reset, Soros, etc.). El resultado es un malestar social que amenaza romper consensos y desestabilizar el sistema político de la República Federal de Alemania. Esto, de todos modos, no basta para poner en riesgo el sistema, y aunque explica el sensacionalismo de los medios, tampoco justifica el exceso de celo por parte de la autoridad y las fuerzas del orden en la persecución de un peligro tan poco relevante.

El verdadero problema es que la política alemana no pasa por sus mejores momentos. El gobierno está dividido por la guerra de Ucrania y otros asuntos. En un sistema parlamentario liberal, la desunión y las tendencias centrífugas son el mayor peligro para el sistema. Por ello, en momentos de inquietud, conviene señalar a un enemigo público número uno y darle un protagonismo que no tiene para lograr que las fuerzas democráticas se unan contra una amenaza comun. La estrategia no es ni mucho menos novedosa. Ya la emplearon con éxito el canciller Bismarck en 1873 (con su «Kulturkampf» contra los católicos alemanes) y los gobiernos españoles de la democracia contra ETA.

Por consiguiente, y para resumir, el caso de los presuntos golpistas en Alemania no constituye un peligro para el orden constitucional de la República, y tampoco un intento por parte del Estado para intensificar sus medidas de control sobre la ciudadanía con el pretexto de un delito de sedición. No es más que una maniobra política del gobierno para contrarrestar fuerzas centrífugas y apuntalar la gobernabilidad de una nación poderosa y compleja. Para darle un poco de chispa al tema, la mayor parte de los medios insisten en la presunta conexión prorrusa de los conspiradores, quienes supuestamente acudieron a un consulado en busca de apoyo financiero para sus planes y el beneplácito moral de Vladimir Putin. Por supuesto, Moscú no ha querido saber nada del asunto.

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