¿Cuál es la Historia?

Narrativas de lo que acontece bajo la línea de flotación

Ivan no quiere ir a la guerra

Jóevenes protestando en Moscú

Y lo entiendo perfectamente, por razones que de entrada resultaría insultante alegar para un pacifista convencido como el que esto escribe. No solo en el caso de Rusia sino en general. Porque por alguna extraña razón, la prensa cree que las protestas juveniles en las calles de Moscú y los vuelos al extranjero son algo nuevo, que solo se da a raíz de la exitosa “ofensiva” de Ucrania en Jarkov durante los primeros días de este mes. Pero no nos fijamos en los centenares de miles de hombres jóvenes, frecuentemente acompañados de sus familias, que desde comienzos de año han estado huyendo de Ucrania para eludir las levas de Celensqui. Este verano me he hartado de ver ucranianos en la costa cantábrica. Familias enteras con niños y a veces incluso con suegros, todos ellos con muy buen aspecto, como de gente seria, formada y de clase media. Algunos incluso hablando un español casi perfecto. Realmente costaba decidir si esta gente eran refugiados, turistas, inmigrantes o becarios de Erasmus. Pero todos -principalmente los hombres- tenían algo en comun: eso de la guerra, no sé, como que no les iba mucho y tal. Si estaban fuera de su país no era por las devastaciones de la artillería rusa, sino por eludir el reclutamiento.

En Rusia se produce el mismo fenómeno, si bien a menor escala. La prensa occidental, con vistas a uno de sus recurrentes montajes propagandísticos a favor de la OTAN, exagera la escapada de unos cuantos individuos jóvenes a Estambul, Budapest. Obviamente no se trata de una fuga masiva. Para el ruso corriente resulta imposible fugarse de su propio país. ¿A dónde iría? ¿Con qué dinero? Los que se marchan, con el pretexto de aprovechar ofertas turísticas fuera de temporada, son hijos de familias acomodadas (que pueden pagarse hasta los 2.500 euros de un billete de avión), y de esos no suele haber muchos en un país cuyo PIB per cápita es la tercera parte del que tenemos en España. El resto de la muchachada hace frente a la movilización alegando problemas de salud, participando en protestas contra el gobierno o inventándose pretextos varios.

El que la gente joven no quiera ir a las trincheras, en uno u otro bando, no debe ser visto como una falta de patriotismo, sino como una posibilidad más de propiciar una salida negociada al conflicto. Que es lo que debería haberse buscado desde el principio. En este aspecto, está claro que Putin va a tener el mismo problema que Celensqui -aunque por obvias razones la prensa occidental decida minimizar las penurias de este poniendo el foco sobre las de aquel-. Los chavales arman mucho ruido. Se les da muy bien manejar ordenadores y teléfonos móviles conectados a Internet, y gozan de la simpatía de la juventud de todo el planeta.

Recientemente se ha dicho en prensa y redes que con la aparatosa y mediática ofensiva de septiembre, el conflicto de Ucrania entra en algo así como una nueva “etapa”. Al final va a resultar que es verdad. Pero no en el sentido de haberse producido una modificación sustancial en el equilibrio de fuerzas militares sobre el terreno. Además de la vertiente étnica, lingüística, geopolítica y económica, la guerra adquiere ahora una dimensión de protesta juvenil. ¿Volverán los tiempos de Woodstock y las manifas contra la guerra del Vietnam? Es pronto para asegurarlo. Pero más de un publicista progre estará poniendo ya un casquillo de tinta nuevo en su estilográfica.

Leave comment