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Ucrania: la guerra del río

Ucrania

Mucha gente no entiende por qué Rusia ha ganado la guerra de Ucrania. La narrativa heroica elaborada por la propaganda occidental es tan persuasiva que en cuanto en los medios aparece alguna noticia sobre aviones derribados o un ataque esporádico a cualquier depuradora de agua rusa en Crimea, todos los combatientes de sofá se alzan a una inundando las redes con una andanada de tuits. Al cabo de pocos días el viento de la guerra amaina y todo parece regresar a una tediosa normalidad en la que las cosas se mueven tan despacio que, el día que se anuncien las inevitables negociaciones de paz, la atención del público estará fijada en otros intereses más mundanos, como reservar los libros para el nuevo calendario escolar o decidir qué serie de HBO veo este fin de semana.

¿Puede Ucrania recuperar el territorio perdido? Para entender la dificultad de este cometido estratégico, basta echar un vistazo al mapa físico del país. Un gigantesco río (el Dnieper) cruza todo el país, primero en dirección noroeste-sureste, y después virando hacia el suroeste tras haber sobrepasado la central nuclear de Zaporiyia– Esta vasta cuenca y los tributarios que la alimentan forman un sistema fluvial que en sentido general discurre en dirección norte-sur. Con semejante orografía resulta complicado realizar grandes movimientos de tropas en dirección este-oeste. Los rusos se atrincheran en la ribera oriental del Dnieper, desde su desembocadura hasta las regiones de Lugansk y Donetsk en el nordeste. Si los ucranianos no pueden avanzar hacia el este, y las tropas rusas tampoco tienen previsto hacerlo hacia el oeste, entonces hay enroque para rato.

El único modo que el ejército ucraniano tendría de expulsar al invasor sería -ver mapa-: (i) mediante un cruce directo del río por el sur, (ii) siguiendo el curso del Dnieper desde Kiev en dirección sur a través de un complejo sistema de carreteras, desvíos y puentes sobre todos los ríos tributarios, o (iii) realizando un amplio movimiento envolvente por el norte del país, entre Poltava y Jarkov. Cualquiera de las tres opciones requeriría de efectivos militares, potencia de fuego, suministros y recursos logísticos de los cuales carece Ucrania en la actualidad.

Por no haber, no hay ni siquiera un ejército regular que funcione adecuadamente. Todas las acciones armadas se están llevando a cabo por medio de grupos de combatientes dispersos y milicias paramilitares abastecidas en secreto por la OTAN. Es evidente que la capacidad combativa de una fuerza tan raquítica como esta se mantendrá en pie hasta que en Washington alguien decida que no vale la pena seguir enviando a Ucrania munición antitanque o costosos sistemas de cohetes de corto alcance. Y en cualquier caso, estos medios no son ni de lejos suficientes para emprender una reconquista de todas las zonas ocupadas por el ejército ruso.

Si la gente se molestara en estudiar los mapas, en vez de cebarse comodonamente con el material suministrado por la televisión y las redes sociales, se daría cuenta de que la guerra de Ucrania es también una guerra de ríos. La geografía y la historia siguen siendo condicionantes esenciales de la política y la guerra. Igual que en tiempos de Alejandro y Napoleón. Incluso hoy, cuando la tecnología hace posible hazañas logísticas impresionantes. La única solución posible al conflicto -en términos claros de vencedores y vencidos- vendría dada desde el exterior, por una ofensiva directa de Estados Unidos de tan amplias proporciones como las que hicieron posible las guerras de Irak o el raid sobre Serbia durante el conflicto de Kosovo.

¿Está Joe Biden, que en última instancia es el único que corta el bacalao, preparada para gastarse otros dos billones de dólares en una guerra que en el fondo ni le va ni le viene, y que además resultaría contraproducente para los intereses globales norteamericanos? No parece que este sea el caso. De modo que las únicas dos opciones en eso que siguen llamando guerra de Ucrania (aunque cada vez menos) son la prolongación a perpetuidad del actual estado de cosas, o la apertura de una ronda de negociaciones entre las potencias contendientes, principalmente Rusia y Estados Unidos.

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