¿Cuál es la Historia?

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Zelenski – Bochorno y fashion

Zelenski

Volodimir Zelenski no es el héroe que describe la épica publicitaria y sensacionalista de los medios occidentales. Tampoco el payaso que nos pinta la propaganda rusa. Simplemente es un hombre como otro cualquiera, con sus fortalezas y sus debilidades, sus contradicciones, aciertos y meteduras de pata. Su carrera como hombre de estado se encuentra jalonada por una serie de malas decisiones y de fallos catastróficos que, sin haber contribuido a la tragedia ucraniana más que otros condicionantes geopolíticos que en la práctica la hacían inevitable, ha ayudado de manera decisiva a precipitarla.

Cuando Zelenski se convirtió en el 6º presidente de Ucrania, tras las elecciones de abril de 2019, lo hizo con la promesa de resolver los problemas más importantes del país. Estos, contrariamente a lo que la gente cree, no eran la amenaza rusa ni las relaciones con Europa, ni siquiera el estado de guerra civil en el Donbass. La mayor lacra de Ucrania, y causa de que le votara un abrumador 70 por ciento del electorado, era precisamente el complejo de temas que trataba en su grotesca y divertida serie de televisión «El servidor del pueblo»: corrupción, mal funcionamiento de las instituciones, crisis económica. De eso se trataba principalmente. Y era es donde el actor profesional metido a político amateur, que jamás había sido un nacionalista radical ni un hombre de guerra, sino un moderado -y que además está a favor de evitar cualquier discriminación hacia los ucranianos de origen ruso- tenía previsto actuar desde un primer momento. Muy pronto se dio cuenta de que el problema ante el cual habían fracasado las administraciones de Petro Poroshenko y todos los presidentes anteriores no era algo que pudiera resolverse con proyectos de ley ni arengas desde la balconada.

Cuando los malos hábitos han arraigado tan profundamente en una sociedad, su erradicación no es cosa de una lagislatura, sino de décadas, siglos incluso. Los índices de popularidad de Zelenski comenzaron a evaporarse con tanta rapidez como habían subido. Esto lo puede soportar un político con cara de cemento, pero resulta enormemente doloroso para un actor que, tanto en lo profesional como en lo psicológico, vive de la devoción de su público. Y es aquí donde el recién estrenado presidente de Ucrania comenzó a tomar la fatídica cadena de decisiones que llevarían a la ruina de su país y al primer gran conflicto geopolítico del siglo XXI.

Zelenski intentó ganar tiempo. Para ello, nada mejor que recurrir a una estrategia habitual entre estadistas que se sienten hastiados por el aburrimiento y los malos rollos de la política interna: apuntarse un tanto en el exterior. ¿Qué tal, por ejemplo, la entrada de Ucrania en la UE? Este es un proceso largo y farragoso, que puede durar décadas. Zelenski necesitaba un «fast-track». Por ello se interesó por el ingreso en la OTAN, en busca de un aval que le permitiese quemar etapas en el camino a Bruselas. La Alianza Atlántica, sin embargo, no acepta como candidatos a estados en cuyo territorio existan conflictos étnicos o fronterizos de ningún tipo. De modo que para llegar hasta Europa, antes era necesario resolver a cualquier precio el problema del Donbass.

Aquí Zelenski se encontró no obstante con los mismos obstáculos que le impedían avanzar en su programa original de lucha contra la corrupción y la crisis económica. Una guerra civil no se deja desactivar con discursos ni promesas. Como la cosa amenazaba prolongarse ad calendas graecas, el presidente de Ucrania cometió el mayor error de toda su carrera: negociar directamente con Moscú, para ver si de algún modo podía convencer a Vladimir Putin para que hiciera presión sobre los rebeldes prorrusos. Esto no solo soliviantó a la ciudadanía rusófona de Ucrania (un 30 por ciento largo de la población del país). También transmitió a la escena internacional un mensaje profundamente negativo: la imagen de un gobierno incapaz de controlar su propio país, en otras palabras, que Ucrania no era más que un estado fallido.

Esto influyó sin duda en la convicción de Putin de que había llegado el momento de resolver su crisis geopolítica con las naciones fronterizas y las potencias occidentales a través de la guerra, igual que con Georgia en el 2008. De esta manera, unas tendencias históricas de largo plazo resultantes de la descomposición del bloque soviético en 1989-91, se combinaron con los precarios equilibrios de poder en el tablero euroasiático y la inepcia de un político sin experiencia para desencadenar los hechos fatídicos del pasado 24 de febrero. El resto, hasta el día de hoy, no son más que tanques destruidos, oleadas de refugiados, mensajes de Twitter y fotos en Vogue.

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