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Precario resurgir de la hostelería en Bilbao

Bilbao - Hostelería

Cuatro meses después del levantamiento de las últimas restricciones en Euskadi, bares y restaurantes se esfuerzan por recuperar su antiguo ritmo de actividad. Queda un largo camino hasta la plena recuperación del impacto económico causado por la crisis del Coronavirus. A los daños resultantes de cierres y confinamientos, que supusieron una parada casi total de los negocios o la subsistencia precaria de los mismos a través de la venta de bocadillos y cafés a pie de puerta, se suman las dificultades de la remontada: menos clientes, descenso de la productividad, deudas con los bancos, burocracia por reducciones de jornada y gastos legales relacionados con todo lo anterior. Ser hostelero en Bilbao siempre ha sido un oficio duro. Pero en tiempos del Covid-19, la profesión se convierte en un perpetuo nadar cuesta arriba. Lo que mejor la define es el principio relativista expuesto por el Conejo Blanco de Alicia en el País de las Maravillas: «para mantenerte en el mismo lugar, debes correr todo lo que puedas. Si quisieras ir a algún sitio, tendrías que correr por lo menos el doble». Y esto, que en las novelas de Lewis Carroll no era más que una sátira política sin comprensión posible fuera del contexto del parlamentarismo inglés de la era victoriana, se convierte en dura realidad para los hosteleros. Algunos de ellos pensaban jubilarse en estos años. El impacto de la pandemia, sin embargo, supone pérdidas de capital del orden de los 100.000 euros para arriba, con lo cual los ingresos del retiro se van a ver reducidos en medida considerable. ¿Unicas salidas? Conformarse con menos o prolongar las vidas laborales hasta los 70 años o más. Un drama personal que, por supuesto, resulta desconocido para los políticos locales, los funcionarios del Gobierno Vasco y los empleados de las empresas públicas.

Algunos empresarios se animan a invertir en la renovación de sus locales, para mejorar la competitividad y ofrecer a su clientela una imagen diferente, más cálida y mejor iluminada, que ayude a olvidar los aciagos meses de la pandemia. Hace poco, en pleno centro de Bilbao, entré en un establecimiento que está en proceso de ampliación, después de haber adquirido la lonja de al lado. Los trabajos avanzan lentamente por culpa de la escasez de suministros de obra -un problema que afecta a la economía mundial-. Pero en general el panorama es cualquier cosa menos fácil. La salida de la crisis se está revelando trabajosa y precaria. Las causas tienen que ver no solo con los problemas del sector. También influyen las dificultades de la economía en general.

La lenta recuperación de la actividad en España hace que se retraiga el consumo. La escasez de chips y los problemas en las cadenas de suministros afectan al gremio hostelero en un doble sentido: por un lado le privan de productos básicos y equipamientos necesarios para la actividad de los establecimientos. Por otro, ponen en peligro los puestos de trabajo de la clientela en numerosos sectores de la industria. Y como es lógico, cuando existe un temor fundado al paro, la gente va menos a bares y restaurantes. De los costes de la anergía, brutalmente incrementados por el descontrol del sistema tarifario de las eléctricas y el impacto geopolítico de la guerra de Ucrania, mejor no hablar. Por si fuera poco, el temor a un virus que no termina de irse, influye inhibiendo el optimismo y fomentando una actitud de desconfianza con respecto al futuro. Las administraciones públicas tampoco ayudan gran cosa. Apenas superados los descalabros de la pandemia, vuelven a aparecer en la agenda fiscal los antiguos proyectos intervencionistas del TicketBai y el control de ventas a pie de TPV. Más trabajo, más preocupaciones y horas de sueño perdidas para los dueños de bares y restaurantes.

En otra medida el sector de la hostelería se ve lastrado por carencias de carácter político e institucional. Bilbao no dispone de un proyecto estratégico para encarar la época posterior al Covid-19. En el pensamiento de muchos seguimos siendo esa pequeña Meca del Guggenheim y la arquitectura-espectáculo, de la gastronomía y el turismo cultural. Sin ideas nuevas, ni una política coherente que vaya más allá del busines as usual, y que permitan convertir la crisis post-covid en un desafío desencadenante de la fuerza y la iniciativa que yace inexplotada en la ciudadanía, todo el tejido empresarial de la Noble Villa está condenado a un horizonte de abúlica estanflación. De él no se salva la hostelería. Porque hay una diferencia entre unos resturantes en los que los empresarios se reunían para dar vida a nuevos negocios, y aquellos otros en que ya solo acuden para rememorar lánguidamente los buenos tiempos y lamentarse de lo viejos y cansados que están.

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