¿Cuál es la Historia?

Narrativas de lo que acontece bajo la línea de flotación

La rendición de Azovstal

Azovstal

La rendición de los paramilitares ucranianos que resistían en las instalaciones siderúrgicas de Mariupol constituye un ejemplo de lo equívoca, contingente y caduca que es la narrativa heroica en esta época nuestra tan infame, de manipulación mediática y hechos alternativos. Mientras empuñaban las armas, los milicianos del batallón Azov eran ensalzados como invencibles guerreros que con espartano tesón ejemplificaban la defensa de los valores patrióticos de Ucrania y la virtud democrática de Occidente. Pero a perro flaco todo son pulgas. Una vez entregados al ejército ruso, el mundo recuerda lo incómodos que eran en realidad estos guerrilleros ucranianos, como militantes extremistas. Entonces miramos a otra parte como si nada de esto hubiera sucedido jamás. Incluso nos inventamos una oleada de ovnis en Estados Unidos para distraer a la opinión pública. Pero la única lección que cabe extraer, válida no solo para el conflicto de Ucrania, sino para todas las guerras habidas y por darse, es esta: que los heroes no existen. Los crea la propaganda de las naciones en conflicto y sus corifeos con el propósito de mantener elevada la moral, vender bonos de guerra o justificarse ante la historia.

La caida del último reducto armado ucraniano en Mariupol supone no solo la toma de un punto estratégico crucial, sino también un giro en la percepción internacional de la guerra. Esta deja de ser un montaje mediático alimentado por la propaganda occidental, una secuencia de telediarios manipulados, Youtubes y páginas web sensacionalistas para solaz de usuarios de Twitter y guerreros de sofá, para volver a ser la sangrienta pugna geopolítica por el dominio de Eurasia que siempre fue.

Para Rusia representa asímismo un problema que, gestionado con habilidad, puede convertirse en una clave importante para resolver el conflicto en favor de las pretensiones del Kremlin. Si los prisioneros fuesen soldados de una tropa regular, no pasaría nada. Se aplicarían las convenciones internacionales y asunto resuelto, Pero se trata de civiles y combatientes voluntarios, miembros de una milicia irregular que según las leyes de Rusia está calificada como organización terrorista.

Según esto, el destino de los prisioneros del batallón Azov que han decidido entregarse en Mariupol se decidirá en los tribunales. De ahí los itinerarios pueden ser dispares e impredecibles. Dependiendo de los delitos cometidos y las sentencias, a cada cual le espera lo suyo, desde un indulto hasta la pena capital -si se demuestra su participación en crímenes de guerra-, pasando por condenas de cárcel de diversa duración. Incluso cabe la posibilidad de que, dadas las circunstancias excepcionales de estos prisioneros (situación militar irregular, estado de guerra, captura en territorio extranjero), se llegue a formar en Rusia una especie de agujero negro legal tan surrealista como lo fueron en su día las cárceles estadounidenses de Guantánamo y Abu-Ghraib.

Si Rusia sabe lo que le conviene, está obligada a ser clemente con los cautivos, agotando todos los beneficios que permita su sistema penal y procesal. Por dos razones. En primer lugar, un trato humanitario disuadiría de resistencias numantinas a los numerosos militantes de organizaciones extremistas que substituyen al ejército regular ucraniano. Y también para transmitir al mundo la imagen de una potencia beligerante que actúa por objetivos de realismo político, y no de venganza, de supremacía étnica o para buscar algún imaginario ajuste histórico de cuentas. Solamente con esto último ya se diferenciaría en un sentido muy positivo de sus adversarios ucranianos, dejando en evidencia a un gobierno como el de Zelensky, que en realidad preside un estado fallido, que solo se mantiene en pie gracias a la cobertura mediática de Occidente y al suministro de munición antitanque de la OTAN. Con ello, posiblemente se estaría más cerca de una solución negociada del conflicto.

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