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El dilema de Putin

Vladimir Putin

Tratar de orientarse en el manglar de propaganda y desinformación que los medios han tejido en torno a la guerra de Ucrania es misión imposible. Desde mi somero conocimiento del tema, adquirido en el curso de muchos años de lectura sobre asuntos de historia y geopolítica, puedo intentar darte una idea de lo que está sucediendo en Ucrania. Naturalmente se trata de una visión personal, que en modo alguno estás obligado a compartir. De lo acaecido edurante los últimos días, solo hay dos cosas que se saben a ciencia cierta: (i) que las fuerzas armadas de Rusia han reducido la presión sobre Kiew y (ii) en estos momentos se retiran a posiciones seguras y fácilmente defendibles en el este del país, en las regiones prorrusas del Donbass. Estos movimientos están motivados no solo por el desgaste del material y de la tropa tras una intensa campaña de varias semanas. También influyen en ellos consideraciones políticas y diplomáticas.

El objetivo, tanto del Kremlin como de las potencias occidentales, es ir preparando las bases de una salida negociada al conflicto. Para ello resulta necesario desocupar las zonas próximas a la capital, para que el gobierno de Ucrania pueda funcionar con cierta normalidad -o al menos dar la impresión de que lo hace así-. Rusia, por su parte, se reserva las zonas ocupadas en el Donbass como rehén para presionar en futuras negociaciones, ofreciendo un plan de retirada para los próximos años, a cambio de que se reconozcan sus exigencias: neutralidad de Ucrania y un compromiso escrito que detenga la expansión de la OTAN hacia el este.

A nadie se le oculta el hecho de que si los rusos quisieran, podrían extender fácilmente sus operaciones militares a la totalidad del territorio ucraniano, incluso ocupar el resto del país. Si este fuera su deseo, estarían marchando ahora sobre Odessa, Kiew y otras grandes ciudades. La decisión de replegarse sobre el Donbass es el resultado de una estrategia de contención consciente y cuidadosamente calculada. Para quienes conocen la historia, cabe decir que Vladimir Putin se halla en el mismo dilema que el zar Alejandro II en la guerra de Crimea (1853-1856). En aquella ocasión no fueron Francia e Inglaterra quienes frenaron al poder militar ruso -como enseñan equivocadamente numerosos libros de historia-. Fue el propio zar quien decidió aparcar su política de expansión imperial hacia el sur.

Lo hizo porque era consciente de que, si se empeñaba en incorporarse los despojos del decadente imperio otomano, las potencias occidentales jamás se lo perdonarían. Rusia se convertiría en un paria y durante décadas dejaría de recibir las ayudas financieras y tecnológicas necesarias para la modernización del país. Y este era un coste que ni el monarca ni las élites rusas se podían permitir, por grandes que fuesen las ganancias territoriales y de prestigio. Algo parecido puede estar sucediendo en la actualidad. De ahí la necesidad de reconducir el conflicto hacia una solución diplomática.

Esta vez, sin embargo, las negociaciones no serán asunto interno de Ucrania, como sucedía en tiempos de la mesa de Minsk, sino un proceso bastante más complejo en el que intervendrán todos los países afectados por la guerra, incluyendo a Estados Unidos y a China. Europa también se ve presionada para buscar cuanto antes un compromiso. A ser posible antes del verano, ya que en julio entra en vigor la retirada de los estímulos del BCE, y la UE necesitará todo su esfuerzo para reconvertir su economía a las difíciles condiciones derivadas del final de una era de políticas presupuestarias expansivas y dinero barato.

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