¿Cuál es la Historia?

Narrativas de lo que acontece bajo la línea de flotación

¿Realmente somos más demócratas que en Rusia?

Censura

Esta es una pregunta que antes de 2020 a nadie en su sano juicio se le habría ocurrido plantear. Estaba claro que sí. Pero desde entonces, la gestión de la pandemia y las prácticas de censura selectiva en medios de comunicación y redes sociales han hecho que en este sentido cambie nuestra visión al respecto de temas clave como las libertades ciudadanas, la libertad de expresión y el concepto de democracia. En el ámbito de la política económica, cada vez más mediatizada por el intervencionismo y este extraño revival de ideas keynesianas que ahora fracasa por las mismas causas que en los años 70 del pasado siglo XX, el mal viene de antiguo. Ya a comienzos del nuevo milenio algún economista ruso criticaba la incoherencia que suponía el exigir a las naciones del antiguo bloque comunista que acelerasen sus reformas económicas y la transición a la economía de mercado, mientras la propia Europa se esforzaba en implantar en su territorio unas estructuras de planificación y control muy parecidas a las soviéticas.

El intervencionismo económico precede a las restricciones políticas. Estas fueron tomando forma con los años, en parte como respuesta a las dislocaciones de la crisis financiera del 2008. Pero cuando realmente entraron en una fase acelerada fue con motivo del Covid-19: confinamientos masivos, restricciones de movilidad, cierres de empresas y locales de hostelería, normativas burocráticas surrealistas sobre uso de mascarillas, distancias personales y circulación en las calles, toques de queda, tutela de la ciudadanía y, como remate de este monumento a la estupidez humana, la aberración del pasaporte Covid y las disparatadas propuestas de vacunación obligatoria en algunos países de la Unión que, significativamente, hasta la fecha pasaban por ser los mayores garantes del derecho liberal y las libertades ciudadanas. Por no hablar de las restricciones informativas, la implicación mercenaria de periódicos, cadenas de televisión y redes sociales e incluso el acoso mediático a figuras destacadas del deporte y la cultura.

Entonces, cuando comenzaba a anunciarse el regreso de algo parecido a la normalidad, llegó la guerra de Ucrania, y con ella una intensificación de todos esos excesos reguladores y de control que normalmente se asocian a las dictaduras: censura, difusión forzada de discursos oficiales, silenciamiento de medios no afines, manipulación de masas y de líneas editoriales, y unos informativos de televisión a cuyo lado el viejo NoDo del franquismo nos parece hoy un modelo de objetividad y pluralismo informativo. ¡Y eso que aun no hemos mandado ni un solo soldado a Ucrania!

Entre los que leen esto habrá más de un policía de balcón a punto de acusarme de estar haciendo propaganda a favor de Moscú o Pekín. Si así fuera, y ese tipo de lector aun conserva un resquicio de sentido comun, yo le pediría que reflexione sobre un hecho simple y evidente por sí mismo. Los excesos propagandísticos y el acoso a periodistas impopulares son fenómenos inevitables en situaciones bélicas o de crisis nacional. Pero nunca, ni siquiera en la cúspide de sus respectivos regímenes, un dictador como Mussolini, Franco, Pinochet o el mismo Vladimir Putin, ha tenido poder suficiente para cerrar bares o confinar a la ciudadanía durante meses enteros entre las cuatro paredes de sus domicilios, del modo en que lo han hecho gobernantes democráticos y elegidos por votación popular como Pedro Sánchez o Iñigo Urkullu.

Solo esto invita ya a la reflexión, tanto sobre los acontenimientos de los últimos meses como acerca del futuro de nuestra democracia y el Estado de Derecho. Europa se está volviendo extrañamente paleta. Por mucho que nos refugiemos en la corrección política, la autocomplacencia y los eslóganes del discurso oficial, existen claros indicios de que nuestro sistema político se parece cada vez más a las autocracias de países como Rusia, China o Venezuela. Un hecho que menoscaba gravemente la autoridad moral de Europa y su capacidad para competir con su cultura y sus instituciones democráticas en el mundo del siglo XXI.

Leave comment