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¿Es Zelensky un rehén de los paramilitares ucranianos?

Zelensky

No sé si os habrá extrañado tanto como a mi el cambio de imagen de Zelensky. Al comienzo de la ofensiva rusa al presidente de Ucrania se le solía ver entre soldados y mandos del ejército, con chaleco antibalas y casco. Ahora, cada vez con mayor frecuencia, aparece flanqueado -o incluso acordonado, como fue el caso durante la reciente visita del Primer Ministro británico Boris Johnson a Kiew- por unos tipos bastante raros, de esos con los que no os gustaría coincidir en una gasolinera o en un control de carreteras. El propio Zelensky ha modificado su look de un modo que no habla precisamente en favor de su sentido de la oportunidad política y mucho menos de su buen gusto. En vez de la corbata y el traje obligados en un dignatario nacional (incluso en tiempos de guerra), ahora lleva camisetas militares ceñidas y ropa informal. Incluso se ha dejado barba. Ya no parece el mismo. Y lo que estulta todavía más chocante: en Europa le ríen la gracia y le aplauden, como si estuviesen viendo a Woody Allen en la película “Bananas”.

Cuando empezó esta guerra, predije que sería breve. Los hechos me han dado la razón. Porque aunque al cabo de un mes y medio la guerra continúa, lo que estamos presenciando ya no es guerra, sino las secuelas de la guerra: los desórdenes civiles y la inestabilidad social que viene después del cese de las hostilidades y la desintegración de un ejército regular. Mi pronóstico acerca de la brevedad del conflicto se basaba en la idea de que, al no tratarse de un conflicto asimétrico como los de EEUU en Irak y Afganistán, sino de un enfrentamiento entre dos naciones industrializadas, con fuerzas armadas convencionales y el mismo nivel de equipamientos, tecnología y doctrina militar, al cabo de poco tiempo era inevitable que se produjese una situación de parálisis por desgaste: agotamiento de la tropa, escasez de municiones y repuestos, averías en los blindados, problemas logísticos, etc.

Ahora mismo nos encontramos en esa etapa. Pero el resultado más razonable, que debería ser la iniciación de negociaciones o una conferencia de paz, puede demorarse peligrosamente por la situación de anarquía y de guerra civil en la que Ucrania se encuentra después de ocho años de guerra civil en el Donbass y el declive de sus instituciones políticas. Al dejar de ser operativo un ejército regular mandado por militares de carrera, las fuerzas paramilitares han ocupado el vacío de poder resultante y en estos momentos son las que controlan el país. El presidente Zelensky ya no es tanto un jefe de estado con plena capacidad gubernativa como un rehén de las milicias extremistas con las que se vio obligado a establecer un pacto en 2021, cuando se hizo evidente que la invasión rusa era cuestión de tiempo. Como es lógico, no interesa hablar de esto en los medios occidentales. Pero no hay más que ver las pintas que gasta ahora Zelensky y el tipo de gente que le rodea para darse cuenta de que algo raro sucede en Ucrania.

La situación no es tan atípica como parece. En 1918, tras el colapso de las tropas alemanas en el frente occidental, el primer presidente de la República de Weimar, el socialdemócrata Friedrich Ebert, se vio obligado a establecer una alianza contra natura con los paramilitares ultraderechistas del Stahlhelm para hacer frente a la rebelión espartaquista y a los innumerables desórdenes sociales que se estaban produciendo en Alemania como resultado de su derrota en la Primera Guerra Mundial. Ebert consiguió recuperar el control. ¿Podrá Zelensky hacer lo mismo?

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