¿Cuál es la Historia?

Narrativas de lo que acontece bajo la línea de flotación

Ucrania y la quiebra informativa de Occidente

Bucha

A lo peor estamos en guerra y no nos hemos enterado El súbito desplome de los niveles de calidad en la práctica informativa de los medios occidentales, en cuanto a contenidos, narrativa y ética profesional, hace pensar en un sistema de propaganda dirigido por el Estado y no en esa infraestructura cotidiana que sirve para traer la noticia al ciudadano de a pie. Videos trucados procedentes de redes sociales, intervenciones micrófono en mano de becarios con casco alemán de la Segunda Guerra Mundial, flashes, escenas, opiniones, eslóganes, aclamaciones públicas, titulares y retórica sensacionalista por doquier. Del otro lado no sabemos lo que se está haciendo, porque Google y otras redes sociales no lo difunden. Todo lo relacionado con fuentes informativas rusas está bloqueado por mandato de los gobiernos europeos en estrecha colaboración con las grandes empresas de Internet.

Algunos usuarios influyentes que ponían en entredicho un discurso oficial al estilo Tarzán -Zelensky bueno, Rusia mala- han visto cómo sus cuentas en Facebook y Twitter eran canceladas, sin explicación alguna o con veladas insinuaciones de haber incumplido condiciones de uso. También se ha mandado al exilio interno a periodistas de renombre. No por difundir propaganda del Kremlin, sino por limitarse a hacer lo que cualquier corresponsal mínimamente cualificado ha hecho toda su vida: informar desde posiciones imparciales y contrastadas. Si esto no es el montaje típico de un país movilizado, poco le falta.

A una escala sin precedente, los medios informativos públicos y privados están siendo utilizados con finalidades de adoctrinamiento. Más preocupante todavía es la polarización que semejante estado de cosas induce entre la ciudadanía. Internautas, parroquianos de bares, compañeros de trabajo e incluso gente normal durante las celebraciones familiares se rompen los cuernos discutiendo sobre si la matanza de Bucha es tan real como muestran las imágenes del telediario, o tan solo un montaje propagandístico de EEUU. Situaciones que por cierto ya se habían vislumbrado durante la pandemia. De hecho, podemos considerar este ambiente de crispación en torno a la guerra de Ucrania como una prolongación de aquella paranoia colectiva existente durante estado de alarma del Covid-19, y que los gobiernos europeos no pudieron o no quisieron impedir.

Está claro que Europa tiene en este conflicto intereses que nos afectan a todo. Pero, ¿el fin justifica los medios? ¿Resulta coherente el uso de la más burda propaganda visual y del sentimentalismo barato con nuestro ideal democrático y de libertades ciudadanas? En otras guerras de nuestro tiempo (Kuwait, Los Balcanes, Irak y contra el Estado Islámico) hubo un sistema de información cualificado, basado en crónicas serias hechas por periodistas profesionales y en la libertad de expresión. Y aquello funcionaba.

Lo que estamos presenciando en estos días tiene también mucho que ver con las limitaciones de nuestra clase política, de su falta de preparación y su incapacidad de ir más allá de sus funciones meramente representativas para abordar la resolución de los problemas que verdaderamente importan. Es precisamente para distraer de estos problemas por lo que se ha resuelto implantar una estrategia informativa sensacionalista, maniquea y populachera, censurando opiniones divergentes y presionando a los medios para que se hagan eco del interés político, al peor estilo de William Randolph Hearst y la voladura del acorazado Maine en vísperas de la Guerra de Cuba en 1898. Llegados a este punto, solo queda saber si la propaganda rusa es de mejor calidad que la nuestra.

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