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Como me hice fan de Edward Snowden

Snowden

Obviamente, fue leyendo su libro “Vigilancia permanente” (edición española en Booket Planeta de Libros 2020), obra que recomiendo a todo aquel que quiera informarse sobre los dos grandes temas de la Era Digital: la puesta en marcha de la mayor red de espionaje telemática de todos los tiempos, patrocinada por la NSA, y los riesgos que esta iniciativa del gobierno de Estados Unidos plantea para el propio sistema de libertades constitucionales de la nación norteamericana. Riesgos tanto legales como políticos. “Vigilancia permanente” es un relato honesto, bien contado y completo en todos los sentidos. En él la biografía del autor se inserta sin fisuras en la exposición de todos los argumentos jurídicos y morales que condujeron a una de las mayores filtraciones de secretos oficiales de todos los tiempos: el descubrimiento de los sistemas de vigilancia PRISM y XKEYCORE.

Quien no lo haya leido seguirá creyendo, según sus inclinaciones ideológicas, lo que la propaganda de unos y otros divulga sobre el autor. Que si Snowden es un traidor, un agente al servicio del Kremlin, el autor de un chantaje fallido o simplemente un botarate. O del otro lado un mártir de la libertad, una víctima del sistema o un héroe en la misma escala que Julian Assange o Bradley Manning. Lo cierto es que nada de lo anterior procede. En “Vigilancia permanente” se da la paradoja de un autor que, habiendo desvelado la totalidad de los hechos, llega a una conclusión equivocada acerca de sus propias motivaciones. Esto no empaña en absoluto el mérito de Snowden. Antes bien lo engrandece al ponerlo en la perspectiva realista de la medida humana.

El enfrentamiento de Snowden con el sistema no fue tanto un acto de afirmación de su propia conciencia como el resultado de unas fuerzas externas que sometieron a una presión inaguantable las fisuras internas de su propia psique: su fracaso en las fuerzas especiales, sus sentimientos de culpabilidad -por alguna razón incomprensible, la mayor parte de los norteamericanos sufren bajo algún tipo de culpabilidad supuesta o real-, más importante aun: su propensión a la epilepsia. Ninguna cadena es más fuerte que el más débil de sus eslabones. Era de esperar que el megalómano plan de lucha contra el terror urdido por el gobierno de Estados Unidos quebrase por su parte más vulnerable: el factor humano.

Los capítulos en los que expone sus argumentos de derecho constitucional están escritos con claridad magistral. Consta que Snowden no es jurista, por tanto se supone que en esas páginas habrán venido al rescate los abogados del autor. Otro de los méritos del libro consiste en explicar por qué Snowden está ahora en Rusia y no en otro país. Culpa de ello la tuvo el propio gobierno de Estados Unidos. La intención inicial de Snowden era viajar a Ecuador. Durante el vuelo de Hong Kong a Moscú, en junio de 2013, Hilary Clinton, con esa incompetencia épica que la ha caracterizado siempre, ordenó una estupidez colosal: anular el pasaporte del fugado dejándolo tirado en mitad del aeropuerto de Sheremetievo. Probablemente la intención era obligarlo a salir en cualquier vuelo diplomático de un tercer país para echarle el guante al hacer escala en Frankfurt o Viena. Lo que Clinton no pudo prever fue que Snowden se quedaría en Moscú.

El FSB ruso intentó reclutar a Snowden para beneficiarse de su conocimiento de los sistemas informáticos norteamericanos. Habla en favor del gobierno ruso el que, rechazada esa propuesta por integridad personal de Snowden, decidiese conceder al antiguo espía de la NSA un asilo temporal de acuerdo con las leyes de Rusia, que con el tiempo, se convertiría en un permiso definitivo de estancia. Y allí es donde vive ahora Snowden, en compañía de su esposa. En un pequeño apartamento de Moscú y sin mucho dinero ni posibilidades de regresar a su patria, donde se le condenaría por un delito de traición. Pero al menos feliz, visitando museos y dando paseos en barco por el Neva.

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