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Torre Bizkaia o el caos de las startups en Euskadi

Torre Bizkaia

Para refrescar conceptos: una startup es una empresa de alta tecnología, fundada por un equipo de jóvenes emprendedores que, tras haber detectado una prometedora oportunidad de negocio, se lanzan a la aventura de crear un producto o servicio revolucionario capaz de producir una disrupción en el mercado. Lo cual, en la lógica económica de Schumpeter, basada en el potencial de la innovación y la destrucción creativa, se traduce en el movimiento de grandes cantidades de dinero, la creación de puestos de trabajo, una dinamización significativa de la economía y un gran prestigio para los emplazamientos en los que semejantes empresas surgen y establecen sus sedes. Todo esto, por supuesto, es más difícil de lograr de lo que sugiere su mera descripción. Necesita no solo talento joven sino visión, espíritu de aventura y buenos equipos, inversores decididos y una estrategia de financiación audaz. Y por supuesto, de una gestión pública que lo apoye. Y precisamente esto es lo que falla en el caso vasco, pese a todos los oropeles de la publicidad institucional y el bombo que desde hace años se le da -sin ningún resultado práctico, por cierto- a temas como Industria 4.0, las muestras industriales y tecnológicas del BEC y los programas de internacionalización.

Por definición, la economía de las startups es la economía de la rapidez, de la libertad, del atrevimiento, de ese tipo de desorden que solo conoce límites en las inexorables leyes de la economía. Sin embargo, el cáncer intervencionista y burocrático que desde hace décadas se esfuerza denodadamente en convertir a Euskadi en una región industrial de segunda fila, ha llevado a imponer una estrategia totalmente improductiva para el desarrollo de ecosistemas de emprendimiento, que parte de supuestos básicos erróneos y de un total desconocimiento del modo en que funcionan los entornos de innovación y empresas jóvenes.

Ejemplo de ello lo tenemos en lo que debía ser el proyecto estrella del sector de la startup vasca: el recinto de Torre Bizkaia. Hace ya un año que abrió sus puertas al público el inquilino principal, la cadena de ropa barata Primark. En estos momentos están a punto de trasladarse a los diez pisos superiores más de un millar de funcionarios de la administración foral -que indudablemente darán impulso a los bares y restaurantes del entorno, aunque no sea eso lo que se buscaba-. Pero de las startups que debían alojarse en cuatro de sus plantas, nadie habla. Todavía quedan meses para que el centro de emprendimiento de Torre Bizkaia comience a funcionar. En la visión funcionarial vasca del futuro, lo último que cuenta es aquello que en el resto del mundo occidental y asiático cuenta con un apoyo prioritario de las instituciones y la opinión pública. Aquí en Euskadi, nos limitamos a tocar el txistu y espantar moscas con el rabo. Todo esto no redunda precisamente en beneficio de la credibilidad, sobre todo ante otros grandes centros internacionales de emprendimiento como el CIC de Boston o la israelí SOSA.

En la raíz de este desatino se encuentra -al decir de algunos expertos- un concepto equivocado de estrategia en nuestra Consejería de Industria, Comercio y Turismo. El objetivo principal del Gobierno Vasco consiste en salvar la industria, por la vía de mantener supeditada a ella todos los recursos: financiación, políticas tecnológicas y de empleo, regulaciones administrativas e incluso distribución de espacios de oficina. Para muestra del absurdo burocrático, se dice incluso que las dependencias del centro de emprendimiento de Torre Bizkaia están divididas en cubículos para seis puestos de trabajo. La idea, obviamente, es que las startups vascas no trabajen en propuestas disruptivas, sino en pequeños proyectos de apoyo a la industria y supeditadas a ese oscuro y cada vez más extenso sector de consultoras que viven del dinero público vasco.

Un planteamiento muy eficaz para colocar a las clientelas de los partidos políticos y reducir las listas del paro juvenil -aunque solo durante algún tiempo-. Pero no para permitir que en Euskadi surjan entornos digitales de emprendimiento similares a los de Madrid, Barcelona y mucho menos Munich o Bersheva.

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