¿Cuál es la Historia?

Narrativas de lo que acontece bajo la línea de flotación

Bilbao, manifa de transportistas en una ciudad menguante

Huelga del transporte

Venía yo de visitar a un cliente en Sarriko, a pie por el puente de Deusto y el parque de Doña Casilda, más que nada por dar un paseo, para aprovechar el primero de muchos buenos días que han de seguir esta primavera. Por el camino me venció la tentación de comparar lo que esos barrios (San Ignacio, Deusto) eran hace 40 años con el aspecto que tienen hoy. No es que aquello sea una zona urbana marginal, ni mucho menos. El esfuerzo denodado de las constructoras y el concejal de urbanismo los mantiene habitables dentro de muy dignos parámetros. Pero donde una vez hubo un entramado de sólidos negocios -tiendas de ultramarinos, talleres de automóviles, ferreterías, metalisterías, restaurantes, incluso un consulado de Estados Unidos- hoy no hay más que bazares chinos, tiendas de chuches y un colmado de productos de alimentación sudamericanos. Lo mismo que en Deusto podemos ver en otros barrios periféricos de Bilbao: de Autonomía para arriba, en Ibaiondo, Bilbao la Vieja, San mamés… Solo el centro -Indautxu y Gran Vía- sigue dando la impresión de que esto es una ciudad vasca moderna y floreciente.

Al menos por ahora. Con el tiempo y al paso que vamos, la precariedad y el low cost llegarán hasta las mismas escalinatas de Torre Bizkaia y el Palacio Foral. De hecho, ya vemos a la desregulación campando por sus respetos en el turismo de paraguas y propina. ¿A dónde se fueron esas dinámicas empresas de turismo receptivo que hasta hace tres años paseaban a los turistas de los cruceros por el Casco Viejo y los bares de pintxos? Muy pocos saben que la mayor parte de ellas vegetan con la calefacción apagada o en lonjas de la periferia con alquileres bajos. El mismo Guggengheim, antaño buque estrella de la transformación urbanística de la Villa, es hoy literalmente lo su perfil representaba en las descripciones oficiosas para solaz de turistas y visitas de postín -un enorme buque naufragado junto a la escollera de la Reconversión Industrial de los años 80- y yace a la espera de planes y decisiones gubernativas que decidan su futuro. Y siéntate a esperar porque si no te cansarás.

No nos damos cuenta de algo importante: que el motor de la economía de Bizkaia se detuvo hace más de 40 años. En la actualidad vivimos de la energía residual acumulada en su volante de inercia. Cuando deje de dar vueltas, y ese momento está más cerca de lo que pensamos, lo que antaño fue la urbe industrial, comercial y financiera más dinámica del suroeste de Europa, se convertirá en una ciudad de funcionarios, camareros y vigilantes jurados al mismo nivel de desajuste entre posibles y expectativas que Oviedo, Torrelavega o Santander. El Covid-19 puso en entredicho la continuidad de un modelo económico basado en el urbanismo de vanguardia y la cultura pastoreada. La guerra de Ucrania le está dando el golpe de gracia.

Camioneros y encofradores en huelga son los heraldos de un nuevo escenario de tribulación económica que creíamos extinto desde los años 50 del pasado siglo 20, pero que ahora regresa para recordarnos el carácter cíclico de la historia. Contemplar a estos transportistas cincuentones, con su aspecto digno pero derrotado, seguidos de cerca por las inevitables células políticas de costumbre y sus torpes intentos de capitalizar cualquier acción de masas en favor de un activismo cutre de izquierda aberchale, que comienza a parecer tan extemporáneo como las celebraciones de Montejurra, sirve para rematar un sentimiento de pesimismo gestado en la contemplación de persianas bajadas y escaparates cubiertos de pasquines.

Algo sucede en Bilbao. Y es tan triste que hasta la propia autoridad ni se molesta ya en disimularlo mediante publicidad institucional, autopremios y artículos conformistas en el Periódico Bilbao. Estamos en el temido fin de ciclo, algo que algún día sabíamos que iba a llegar, pese a los denodados esfuerzos que hacíamos para convencernos de que la situación de bonanza era definitiva y habría de durar para siempre. Me refiero al período que comenzó hace seis o siete décadas con el Plan de Estabilización de 1958, y que hizo posible la época de mayor prosperidad y crecimiento económico de toda la historia española. Crisis, inflación, altos precios de la electricidad y los combustibles, camioneros y gruístas manifestándose por las calles están dando cuenta de esta época a una velocidad pasmosa, que desafía al entendimiento de la ciudadanía y cualquier intento de respuesta pública en una urbe ebria de autocomplacencia y populismo subvencionado que jamás se molestó en cuestionar sus propias perspectivas de futuro.

Todo apunta a un grave problema de fondo, y a la sospecha de que, por primera vez en más tiempo del que se pueda recordar, la generación actual no espera alcanzar un nivel de vida más alto que el que tuvieron sus padres y abuelos. Inútil señalar las implicaciones que esto puede tener para el tejido social y la política del país.

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