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La guerra en Ucrania terminará pronto

Ucrania

Una consecuencia no tan lógica a la vista del clima de histeria colectiva que han generado en todo el mundo los trágicos acontecimientos de la última semana, pero sí en base a las circunstancias reales y a las implicaciones del conflicto. Lo que distingue a esta guerra de otras anteriores que hemos conocido en nuestra generación es que no se trata de una contienda civil como la de Bosnia-Herzegovina, ni del típico enfrentamiento asimétrico entre países industrializados en un lado -principalmente Estados Unidos, pero también Rusia o la misma Ucrania- y del otro estados fallidos o sociedades tribales -Irak, Afganistán, Chechenia, Georgia o los rebeldes prorrusos del Donbas-. Ahora las hostilidades tienen lugar entre dos naciones industrializadas con similar grado de desarrollo económico, idéntica cultura nacional y una misma tradición militar heredada de la época soviética.

Esta es una particularidad que a menudo se pasa por alto al enjuiciar el caso actual de la agresión de Rusia contra su nación hermana, pero que resulta decisiva para la evaluación de los acontecimientos. En primer lugar, la forma de hacer la guerra -por supuesto haciendo abstracción de su brutalidad y su impacto sobre la población civil- es de tipo convencional: movimientos de tropas profesionales con armamento moderno, dirigidas por oficiales de carrera con arreglo a métodos aprendidos en las academias militares y los campos de entrenamiento, siguiendo las reglas típicas del oficio castrense y aplicando en general -aunque no siempre- las convenciones internacionales.

Esta dinámica se agota al cabo de cierto tiempo, tras el cual llega un instante en el que el extenuamiento de la tropa, la parálisis económica, la escasez de municiones, la insuficiencia de suministros y los problemas de logística conducen a un escenario en el que solo hay tres salidas posibles: capitulación de uno de los bandos, armisticio o negociaciones diplomáticas. El estado actual de los hechos en Ucrania hace pensar que no nos hallamos muy lejos de ese momento decisivo.

Esta perspectiva se ve reforzada por la postura de las naciones occidentales ante el conflicto, principalmente Alemania. Pese a la inflada retórica atlantista y la campaña de propaganda y boicots culturales contra Rusia, el gobierno de Berlín tiene muy clara su línea de actuación basada en consideraciones económicas y el realismo político. No cabía esperar otra cosa de un pueblo como el alemán, al que dos catastróficas derrotas en sendas guerras mundiales terminaron convirtiendo en una nación de pragmáticos y de cínicos. Alemania no está dispuesta a dejarse cortar el gas por la supervivencia de un raquítico modelo de democracia liberal en el patio trasero del gigante ruso. Y sin Alemania, en Europa no se mueve nada.

Es por esto por lo que las fronteras de la OTAN se quedarán estabilizadas en Polonia, Finlandia y las Repúblicas Bálticas, sin incluir nada que esté más al este de los Cárpatos. Resumiendo: geopolítica en estado puro. Al final, va a resultar que el coronel Baños tenía razón. La pena es que no supo explicarlo con la adecuada perspectiva moral y de un modo políticamente correcto.

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