¿Cuál es la Historia?

Narrativas de lo que acontece bajo la línea de flotación

Un monstruo ha despertado en Madrid

Madrid

Quien ayer por la tarde estuviese paseando por los alrededores de Génova 13, habrá podido darse cuenta de que el ambiente no era normal en muchos sentidos. Después de haber presenciado una concentración como la que se produjo frente a la sede del Partido Popular -por cierto, el escrache más extraño en toda su historia, hecho por los de casa-, uno se da cuenta de que algo nuevo, y al mismo tiempo muy viejo, está pasando en España. La multitud en apoyo a la Presidenta de Madrid, que se juntó de un modo espontáneo y sin que nadie la convocara, salvo ella misma a través de Whatsapp y las redes sociales, aspiraba a algo más que la recuperación de los viejos días de gloria de las victorias electorales de Aznar en 1996 y en 2000. El movimiento ayusista recupera una parte de ese espíritu español, apasionado e irredento, que se manifestó por primera vez un día de primeros de mayo de 1808, también contra todo pronóstico, en un instante de cólera popular que, para bien o para mal, hizo historia. En Madrid un monstruo acaba de despertar. Y en toda la nación solo hay una mujer que puede cabalgar sobre él.

Con un monstruo se pueden hacer muchas cosas interesantes. Nadie duda que la Presidenta de Madrid, con su carisma y su genio estratégico, será capaz de conducirlo por la senda de un movimiento de reconstrucción de la maltrecha economía española y las ineficientes estructuras institucionales y territoriales del país. Sin embargo, el momento del triunfo es también el de mayor peligro. España es un estado de la Unión Europea, a su vez un constructo político liberal y cosmopolita edificado sobre la renuncia expresa a todo lo que pudiera oler a nacionalismo, grande y pequeño. Esta repulsa por lo nacionalista es más aguda en algunos de sus países fundadores, como Alemania -por razones que ni siquiera hace falta explicar- También lo era, hasta hace poco, en España, como resultado de un movimiento de reacción contra los excesos patrioteros del régimen franquista.

En 2022 el franquismo no es ya más que un recuerdo lejano. Tienen más peso en la España de hoy pruebas históricas de carácter traumático como la pandemia del Covid, la crisis del 2008, el terrorismo de ETA y el aburrimiento causado por las idioteces sin fin de algún que otro nacionalismo periférico, como el catalán. Era inevitable que se produjera un nuevo fenómeno de reacción en sentido contrario. Los pocos espíritus ilustrados que se sintieron a disgusto en la concentración de ayer coinciden en la incómoda apreciación de que allí había algo más que júbilo por el triunfo de una causa justa. Que les falte razón o no, es lo de menos. Lo que realmente interesa es el fenómeno, y las consecuencias que se pueden derivar de una oleada de exaltación del espíritu nacional sin que nadie le ponga freno o sepa canalizarlo hacia algún tipo de finalidad provechosa para el bienestar de la Nación y el Estado de Derecho.

Ahora los analistas matan el tiempo haciendo quinielas sobre una cuestión tan abusurda como quién ha de mandar en el PP, si Casado después de la destitución de Egea, o Feijóo para templar gaitas. La respuesta, sin embargo, cae de su propio peso. Es Isabel Díaz Ayuso quien debe hacerse cargo del partido. No solo es ella quien ha triunfado, sino también la única que puede domar a la bestia. Este es un desafío que, en medio de la euforia por el triunfo de Ayuso y el merecido varapalo de la recua de personajillos incompetentes, corruptos, mal trajeados y machistas que anidaba en Génova, resulta difícil de valorar. Pero no se le puede dar por supuesto sin más, como si fuera parte del paisaje o del clima de exaltación generado por un partido victorioso de la Roja. Hay que gestionarlo. Y para ello se necesita liderazgo y carisma. Incuestionablemente este desafío que supone uncir con eficacia el renaciente espíritu nacional español será uno más de los cometidos principales de la era Ayuso.

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