¿Cuál es la Historia?

Narrativas de lo que acontece bajo la línea de flotación

¿Realmente se vacunan los deportistas de élite?

Nadal y Djokovic

El cuerpo de una gimnasta olímpica, de un atleta profesional, una saltadora de pértiga y, por supuesto, un tenista en la categoría de las grandes figuras como Djokovic o Nadal, es como una máquina de precisión. Entrenado bajo un régimen espartano, con una alimentación bien medida y vigilancia médica constante, es sensible a la más mínima perturbación en una medida que resulta inimaginable para cualquiera de los centenares de millones de ciudadanas y ciudadanos normales a los que solo se les pide una jornada standard de ocho horas en la oficina, rindiendo física e intelectualmente en el promedio. Una pérdida de tan solo el 1 por mil en fuerza muscular, reflejos o coordinación mental, puede traer consigo que un deportista de élite deje de ser el primero en su especialidad. La consecuencia es una pérdida de varios millones de euros en derechos de imagen, contratos de publicidad, merchandising y otros conceptos económicos vinculados al moderno deporte de masas. El impacto negativo se extiende a la política, ya que los grandes atletas también son heraldos del prestigio nacional.

En la mayor parte de los casos, vacunarse resulta inocuo. Pero hay gente que tras haber recibido la pauta completa ya no vuelve a ser la misma. No es mi propósito entrar en la polémica antivacunas. Simplemente quiero hacer notar que los riesgos de jugar a esta lotería no son los mismos para un individuo de clase media con un puesto de trabajo en la oficina o en el mostrador de una tienda, que para alguien cuya fortuna personal depende de estar siempre en condiciones de rendir al 110% en el estadio o en la cancha. El trabajador y el empleado ganan cierta seguridad sanitaria y la satisfacción de haber cumplido sus obligaciones contribuyendo a los fines políticos de su gobierno. Pero el deportista de élite se expone a perder la mayor parte de su patrimonio. Independientemente de las ideas que se tengan acerca de la igualdad, la justicia social y el status, la situación real es esa y no tiene vuelta de hoja.

En el mundo en que vivimos, tan proclive a creer la narrativa moralista que se le vende desde gobiernos, medios de comunicación, iglesias y otras instituciones del Establishment, lo que al final triunfa es el cinismo político. Cabe pensar en un escenario mucho más realista en el que los atletas de cierta categoría, con el respaldo de sus gobiernos y la patriótica complicidad de algunos sanitarios, naturalmente bien remunerados, eluden su obligación de vacunarse a través de viales con solución neutra, certificados falsos y otros truquillos de prestidigitador.

De cara al público se los hace pasar como ciudadanos ejemplares que cumplen las normas y hacen el signo de la victoria ante sus fans. Con doble propósito educativo y electoralista, la propaganda gubernamental divide al mundo del deporte en tenistas buenos y malos. Pero por el lado de dentro de la epidermis, ese que no se ve, los organismos fisiológicos de estas máquinas de correr y dar raquetazos están totalmente limpios y listos para la acción: para ganar medallas y millones de dólares en royalties. De ser cierta mi suposición, esto nos obligaría a ver el caso Djokovic bajo un prisma diferente. Siguiendo la máxima del inmortal y perspicaz Baltasar Gracián, no como el necio que cometió la necedad, sino del que no la supo encubrir.

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