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Fin de pandemia y crisis política

Fin de pandemia

El Reino Unido ha decidido levantar las restricciones del Coronavirus, incluyendo el pasaporte Covid y el uso de la mascarilla, para el próximo 27 de enero. Los demás deberán irse preparando para un escenario similar. Sin embargo, esta situación, que en otras circunstancias debería desembocar en una explosión de júbilo, provoca ahora una sensación de perplejidad y recelo. Hemos pasado tanto tiempo sometidos al régimen alienante y a las normativas surrealistas del Covid-19, que ya no somos capaces de imaginar cómo es la vida sin el patógeno. Obviamente no hay mucho de qué preocuparse. Nos iremos adaptando a la situación de un modo gradual, según se vayan sucediendo los acontecimientos. La cuestión no será encontrar un camino de vuelta hacia la normalidad, sino qué hacer con los restos de la batalla.

Si de repente se levantan las restricciones, ¿qué pasará con la tercera dosis? ¿Y con todos esos grandilocuentes y cesáreos proyectos para hacer la vacuna obligatoria en Austria y Alemania? ¿Quién reescribirá un discurso oficial basado en la manipulación de masas, la desinformación y los linchamientos mediáticos promovidos desde instancias oficiales? ¿Cómo ayudará a Ajuria-Enea el paso repentino al más absoluto de los libertinajes sanitarios a mantener una credibilidad que hasta ahora estaba basada en la prohibición sistemática y en la culpabilización social? ¿En qué pesebre recolocará el Lehendakari a sus expertos del Labi?

Son interrogantes en los que nadie piensa, por razones obvias. Estamos más preocupados por la crisis económica y los problemas del día a día. Pero tarde o temprano habrá que fijarse en las consecuencias que dos años de ambiente enrarecido van a tener para nuestro sistema político. Durante 21 meses de estado de lo que a todos los efectos podemos considerar un estado de excepción, la ciudadanía se ha visto expuesta a los efectos de una doble crisis: por un lado su distanciamiento con respecto a unos poderes públicos incapaces de gestionar la pandemia con un mínimo de competencia; y por otro la división causada entre la misma ciudadanía por la deficiente política de comunicación de los gobiernos y su estrategia de enfrentar a unos contra otros en torno a cuestiones absurdas como la vacunación y el pasaporte Covid.

El procedimiento será posiblemente el que nos esperamos: recogida de cable, hacer como si no hubiera pasado nada y a otra cosa mariposa. La mala memoria de las masas, más interesadas en el fútbol, sus series de Netflix o hacer su reserva para no quedarse sin hotel en Mallorca el próximo verano, facilitará las cosas a los gobernantes. ¿Será tan fácil? Puede que sí. Pero a más largo plazo habrá repercusiones.

Las consecuencias económicas, sociales y sanitarias de la pandemia dejarán secuela, ya que sin lugar a dudas los daños económicos, psicológicos y de convivencia familiar y vecinal generados por esta crisis superan a los dejados por el propio efecto fisiológico del patógeno. La desastrosa gestión de los gobiernos, las normativas contradictorias y surrealistas, los repentinos e injustificados cambios de rumbo y el constante donde dije digo digo Diego han minado la confianza del público hasta unos extremos que solo se harán visibles a la hora de acudir a las próximas citas electorales.

La ciudadanía, siguiendo el ejemplo de sus gobernantes y los gestores de la crisis, se ha vuelto más cínica y escéptica. Y eso, al quebrar las ilusiones ideológicas sobre las que se basan las actuales constelaciones del poder, tarde o temprano, se traducirá en la necesidad de realizar cambios que vuelvan a equilibrar el sistema político. Sobre el aspecto que vayan a tener esos cambios, así como las fuerzas que hayan de propiciarlos, es pronto aun para hacer cábalas. Pero no cabe la menor duda de que tarde o temprano habrá una renovación de la tapicería en Palacio. Estaremos atentos a las señales.

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