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Por qué la tercera dosis está resultando tan difícil de tragar

Vacuna Covid-19

Dos noticias, una buena y otra según se mire. La noticia buena es que, contrariamente a lo que sostienen los negacionistas, las vacunas de Pfizer, Moderna y AstraZeneca sí son eficaces para prevenir el Covid-19. Si tienes la suerte de ser atacado por un patógeno rezagado de las primeras oleadas de la pandemia, tu sistema inmunológico le dará una buena coz y lo mandará a tomar vientos. La mala noticia, sin embargo, es que ya no abundan los virus de primera hornada. Omicron, con su tremenda capacidad para replicarse -hasta 30 veces mayor que la del patógeno original- ha desplazado a las avanzadillas más veteranas del bichobola por la vía expeditiva de la supervivencia del más apto. Algo que por lo demás se veía venir, darwinismo puro y duro: las vacunas no sirven para combatir las nuevas cepas del Coronavirus. A efectos prácticos, es lo mismo que si fueses al médico a inmunizarte contra la gripe y te dijeran: “mire usted, aun no tenemos la vacuna de este año, pero quedan existencias del año pasado. ¿Le interesa?”. Y tú, por motivos que no tienen nada que ver con la ciencia médica, sino de solidaridad, compromiso ideológico o simplemente por presión de tus amigos y familiares, o porque necesitas el pasaporte Covid para ir al bar, decides que vale la pena sentarse una vez más y subirse la manga de la camisa.

Con las vacunas del Covid-19 sucede algo extraño. Cuando te pusiste la primera dosis de la vacuna, no sentiste casi nada. La segunda, pocas semanas más tarde, te dejó con algo de fiebre y tiritona. La tercera dosis ha sido sin embargo un auténtico trallazo. Si esto sigue así, piensas, lo que uno necesitará reforzar no son sus defensas inmunológicas, sino su patriotismo constitucional español, su admiración hacia el gobierno de Australia, su fé en el PNV u otros condicionantes espirituales que están muy bien, no te lo discuto, pero poco tienen que ver con la fisiología humana.

En gran número de usuarios de la gama de producto de Pfizer, Moderna y otras marcas comerciales por el estilo, cada nueva dosis de refuerzo resulta más díficil de aguantar. ¿Por qué sucede esto? Mi médico de cabecera me da la explicación. La vacuna entrena el sistema inmunitario con un patrón de reconocimiento del patógeno original. Este ya hace tiempo que dejó de vagar por ahí, campando por sus respetos, pero en cada dosis de refuerzo, las defensas reconocen su material genético y reaccionan desencadenando una ofensiva general que pone al organismo en pie de guerra, con los síntomas descritos por un número creciente de personas vacunadas. Otra cuestión es la de los efectos que a largo plazo pueda tener sobre el sistema inmunitario esta constante sobreexcitación artificial de las defensas humanas a través de una serie repetida de dosis de refuerzo. El calor de la batalla política en torno a las vacunas no deja el margen de serenidad y espíritu crítico necesarios para ocuparse de estos aspectos del problema.

En resumen, el pequeño calvario que te hace pasar la vacuna del Covid-19 se debe a los intervalos demasiado cortos entre dosis de refuerzo. También influye el hecho de no tener en cuenta que la pérdida de efectividad de las vacunas no se debe a que su poder inmunizante disminuya a lo largo del tiempo. Se trata de un efecto estadístico causado por la inclusión de cepas nuevas contra las cuales la vacuna carece de efectividad. Si las dosis de refuerzo estuvieran más espaciadas e incluyeran material genético perteneciente a Omicron -o las cepas que han de venir-, seguramente resultarían más tolerables para el paciente. Suponiendo, por supuesto, que para entonces merezca la pena seguir vacunándose por un patógeno que a lo largo del tiempo ha perdido letalidad hasta el extremo de quedar convertido en algo comparable a una gripe de estación.

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