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Bilbao encara el Año Nuevo con moderado optimismo

Sirgueras

Se percibe en el aire un ambiente muy distinto al que había en las Fiestas de 2020-21. Ya sea por el buen tiempo o por la esperanza transmitida desde diversas tribunas de opinión que ven en Omicron la posibilidad de un próximo final para la pandemia del Covid-19, lo cierto es que la gente se comporta con mayor soltura y menos retraimiento que en períodos anteriores de rebrote del patógeno. Aunque la mascarilla es obligatoria y sigue en vigencia el pasaporte Covid, casi se podría decir que en lugar de un decreto imperativo lo que tenemos es un catálogo de recomendaciones. El que quiere va por la calle sin bozal y nadie le dice nada. La policía hace la vista gorda -salvo en casos flagrantes de desafío a la autoridad y la normativa sanitaria, que suelen ser extremadamente raros-. Bares y restaurantes mantienen sus avisos sobre la obligación de identificarse, pero cada vez hay más establecimientos en los que no se exige el pasaporte Covid. Y de este modo, la gente es feliz, sonríe al Año Nuevo y hace una vida aparentemente normal.

En honor a la verdad, hay que decir que la mayor parte de los peatones se comporta con prudencia y cumple de manera voluntaria las recomendaciones de la autoridad sanitaria sobre uso de mascarillas, mantenimiento de distancias y presentación del pasaporte Covid (a veces sin que se lo pidan). Esto invalida la tesis del Gobierno Vasco, tan cacareada a través de portavoces oficiales, periodistas a sueldo y policías de balcón, de que «no sabemos comportarnos», y que la irresponsabilidad de unos pocos es la causa de los confinamientos y las restricciones. Obviamente, este tipo de declaraciones han sido siempre, y continúan siéndolo, un pretexto para justificar la incompetencia de las instituciones vascas en la gestión de la pandemia.

Este estado de cosas resulta tanto más anómalo por cuanto que la incidencia acumulada de los últimos 14 días rebasa ya los 3.000 casos. Una cifra descomunal que en realidad debe ser mucho mayor, merced a la capacidad de Omicron para expandirse exponencialmente. Por cierto, olvídense de los datos publicados por Osakidetza. Algo me dice que no reflejan ni de lejos la situación real. En otros tiempos, en cuanto la incidencia acumulada superaba los 400, Ajuria Enea no perdía ni un solo segundo en decretar cierres perimetrales y joder a los bares. Sin embargo, ahora tenemos una incidencia OCHO VECES MAYOR y aquí no pasa nada. No sé qué pensarán ustedes, pero a mi me parece de lo más extraño.

Las causas de este cambio de política -pese a seguir en vigor las disposiciones reguladoras del presente estado de confinamiento «selectivo» mediante pasaportes Covid y desinformación gubernamental- tienen que ver con diversas causas. No se quiere obstaculizar la recuperación económica en unos momentos de fuerte caida de los ingresos fiscales. El problema no es sanitario, sino financiero, más concretamente de las Haciendas Forales que están perdiendo dinero a raudales.

Además, la gente está muy harta de todos los sacrificios que se vio obligada a llevar a cabo en los últimos dos años. Durante las oleadas anteriores acaso fuera necesario sacrificarse y renunciar a un negocio por el bien comun. O acaso el reflejo condicionado de obediencia a la autoridad era más fuerte que el miedo y la cólera ante la pérdida de tus ingresos profesionales y el futuro económico de tu familia. Pero tanta condescendencia parece haberse terminado. Fuera de aquellos que por su condición de políticos o funcionarios tienen asegurada su nómina a fin de mes, muy poca gente está dispuesta a pasar nuevamente por el aro de las restricciones. Antes prefieren sufrir el Coronavirus. El Gobierno de la Nación y Ajuria Enea, conscientes de este hecho, se lo están pensando mucho antes de dar otra patada al avispero.

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