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Presidentes Autonómicos

La Conferencia de Presidentes Autonómicos ha sido uno de esos teatrillos que de vez en cuando la clase política se monta para escenificar la tragicomedia del poder. Ya, me dirán, pero el Omicron, las UCIs colapsadas, la amenaza del negacionismo… No niego que todo eso tiene su riesgo, especialmente lo que concierne al patógeno sudafricano. En situaciones de peligro está justificado proceder con un exceso de prudencia en previsión de males peores. Pero el resto, admitámoslo, no son problemas creados por la naturaleza, sino por el ser humano. La verdadera complicación a la que se enfrentan, tanto Sánchez como los presidentes autonómicos, no es de índole sanitaria. El problema es político. O, mejor dicho, financiero.Omicron pone en entredicho el prestigio de unos gobiernos que, para disimular su incompetencia en la gestión de la pandemia, decidieron apostarlo todo al comodín de las vacunas. Estas resultaron tremendamente eficaces contra las cepas originales del virus. Pero entretanto, el patógeno fue mutando y ahora el grado de efectividad de los fármacos ha quedado reducido hasta el extremo de que esa pérdida solo puede compensarse mediante una acumulación de dosis de refuerzo que ponen a prueba la resistencia física y moral del paciente.

Esto ha hecho tambalearse un precario equilibrio en la opinión pública. Hasta ahora, la política sanitaria del gobierno era tolerada porque las ventajas superaban a los inconvenientes. La pérdida de eficacia hace que la balanza se incline ostendiblemente del lado, no solo de los cobardicas del efecto secundario a largo plazo, los negacionistas compulsivos y los paranoicos del grafeno y del 5G. Ahora también se están subiendo al tranvía de los escépticos unos sectores de las clases medias cada vez más amplios que no ven claro eso de que a los niños se les haya de pinchar por decreto para salvar a unos abuelos que a lo mejor están decididos a sacrificarse por las nuevas generaciones -como haría cualquier persona de bien en su sano juicio-, y que tampoco están dispuestos a sufrir por tercera vez de la tiritona y el dolor en el brazo durante la noche posterior al pinchazo.

Las restricciones adicionales, pasaporte Covid, mascarillas obligatorias en la calle, toques de queda, limitaciones de horarios, añaden leña a una hoguera ya cebada por el hastío de dos años de gestión incompetente de la pandemia. En circunstancias normales, el poder político habría dado marcha atrás. Pero ahora no puede, porque están en juego su autoridad y su prestigio. Y también la misma existencia del Ejecutivo Sánchez. El Presidente solo tiene un matojo al que agarrarse en su caída hacia el barranco: los fondos Netx Generation de la Unión Europea, esa lluvia de 72.000 millones de euros con la que los tecnócratas de Bruselas quieren regar el secarral económico dejado por el Coronavirus, en vez de ponerse a la dura tarea de reacondicionar el terreno para que vuelva a ser productivo.

Los presidentes autonómicos flanquean a Pedro Sánchez no porque les preocupe lo más mínimo la salud de sus respectivas ciudadanías locales. En el caso particular de Urkullu, están en juego 6.000 millones de ayudas procedentes de Bruselas que supondrán un alivio para las arcas forales vascas, gravemente comprometidas por la caída de ingresos que está provocando la actual crisis del Covid-19. Esta es la razón por la cual el Lehendakari se esfuerza por trasladar a la normativa local todos los disparates sanitarios del Sanchismo, amplificados y llevados hasta el absurdo por esa obsesión de coherencia y perfeccionismo moral tan típicos de la mentalidad vasca.

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