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El Gobierno Vasco falla en su timing de medidas anti-Covid

Omicron

Los que llevamos tiempo observando los datos de Osakidetza relativos a la pandemia, a través de ese triste y cicatero boletín PDF on line que el Servicio Vasco de Salud pone en su página de Internet -y que por lo que parece, nadie más que yo debe estar leyendo-, hemos visto ya lo suficiente como para saber cómo funciona la estrategia de Ajuria Enea en su gestión de la crisis. El Lehendakari, su consejera de Sanidad y la plantilla del Labi podrán ser ignorantes en Ciencia. Pero conocen el oficio de la política y saben cómo seguir el timing de una crisis y aprovechar las ocasiones que se presentan para quedar bien delante de la opinión pública. Hasta ahora, el juego era simple: seguir con atención la curva de incidencia acumulada, sobre todo en ese tramo que gana pendiente disparándose hacia arriba más allá del límite “mágico” de los 400 casos por 100.000 habitantes. La experiencia de los últimos meses demuestra que los rebrotes del Covid-19 y sus variantes sucesivas presentan siempre la misma pauta: ascenso metórico, seguido de un máximo muy breve y una caída tan rápida o más que durante la etapa del despegue.

El truco consiste en retrasar las medidas de emergencia hasta el momento en que la curva está a punto de alcanzar su máximo, para que parezca que el Gobierno Vasco sabe lo que hace y sus normativas resultan eficaces, cuando en realidad son tan inútiles como cualquier otro procedimiento de control, una vez que el virus está desbocado tras haber fracasado la gestión pública durante la fase inicial de la pandemia, en febrero-marzo de 2020. ¿No resulta extraño que cierres perimetrales, restricciones de acceso en los bares y pasaportes Covid se impongan por decreto EN LA PARTE MÁS ALTA DE LA CURVA, cuando a partir de ahí lo más probable que cabe esperar es un brusco descenso de la incidencia acumulada?

Si lo hicieran antes, cuando la gráfica está plana o recién comienza el despegue, a lo mejor hasta nos ahorrábamos el repunte de positivos en las PCR y el colapso de las UCIs. Pero no, el Gobierno sabe de sobra que este no sería el caso. La curva seguiría hacia arriba ignorando las sabias y previsoras medidas del Ejecutivo. Y de este modo quedarían en evidencia el Lehendakari, la Consejera y ese comité de expertos que en realidad no lo son en nada, salvo en vivir del cuento de la política. Mejor dejar que la naturaleza indomable del patógeno agote su curso, igual que la ola sobre la cual cabalga el surfista. Luego ¡zas, pasaporte Covid al canto! Los casos descienden y la situación se vuelve tal que parece que los bares tenían la culpa del rebrote y el Gobierno Vasco la razón.

La estrategia no es nueva. En el antiguo Egipto los faraones hacían algo parecido. Aconsejados por sus sacerdotes -que conocían la fecha exacta de las crecidas del Nilo- se acercaban en solemnte procesión a las orillas del río, y con el poder de su báculo hacían creer a las multitudes congregadas que eran ellos quienes hacían subir el nivel de las aguas trayendo la prosperidad a todo el reino.

Sin embargo, esta vez algo parece estar saliendo mal. Urkullu no ha tenido suerte a la hora de escoger el momento. Han pasado unos cuantos días desde que se introdujo el pasaporte Covid y la incidencia acumulada continúa aumentando de un modo dramático. En Araba y Gipuzkoa pasan ya del millar por cien mil habitantes, sin visos de alcanzar el ansiado techo ni de darse la vuelta. Esto deja en evidencia al Ejecutivo. Si sus medidas no sirven para nada, y la gente se da cuenta, ello comporta el riesgo de agravar la crisis de confianza y de autoridad a la que está dando lugar el auge incontrolado de los críticos frente a su política sanitaria y el estruendo mediático generado por la escena negacionista vacuneril.

¿Cómo hará frente a esto el Lehendakari? Para empezar, deberá hacer dos versiones de su discurso de Año Nuevo y elegir la que más le convenga. Igual que Nixon cuando lo del Apolo 11, cuando no se sabía si los astronautas iban a volver o se quedarían tirados en la Luna.

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