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Urkullu, el ocaso de un Lehendakari

Urkullu

Hubo un tiempo en el que a Urkullu se le consideraba un político competente. Sus capacidades personales, su imagen impecable y su carácter moderado lo convertían en un candidato electoral admisible no solo para la militancia nacionalista, sino también para ese amplio sector de las clases medias vascas que practican el voto útil. Su profesionalidad como político de partido, transmitida por la soltura con la que golpeaba con un puño de hierro envuelto en paño de terciopelo, para librarse de todos los que intentaban hacer sombra al jefe, quedaba fuera de duda por el temeroso respeto que imponía en filas propias. En otras palabras, el tipo de hombre al cual gusta ver al mando. Firmeza, realismo político, y los experimentos con gaseosa. Y todo lo demás, don sin din, cojones en latín o Iturgaiz tocando el acordeón. Pero llegó el aciago año 2020. Sobrevino la catástrofe de Zaldibar, y después el Coronavirus.

De repente, la imagen pública del Lehendakari quedó totalmente arruinada por el tsunami de una crisis que ni él ni su equipo de gobierno estaban preparados para gestionar. Las elecciones autonómicas del 12-J tuvieron en cierto modo el carácter de un triunfo póstumo. Al día siguiente de cosechar una modesta victoria, Iñigo Urkullu decretó el segundo cerrojazo del Coronavirus, liquidando con ello su carrera política en medio de un escenario de crisis económica, sanitaria e institucional. Y también de un desgaste personal absoluto. Porque después de un fiasco como ese, ningún político nacionalista osaría a repetir como candidato electoral.

Tendemos demasiado a personalizar la política. En realidad, una comprensión adecuada de la crisis del Coronavirus en Euskadi nos obliga a tener en cuenta también los defectos estructurales del propio sector público vasco. Aunque Urkullu quisiera hacer algo, no podría. Se lo impiden la ineficiencia de un sistema burocrático que carece de los necesarios interfaces para el traslado concreto, eficaz y medible de órdenes e información entre los diferentes niveles de la administración. Y también la inexistencia de un estrato de mandos intermedios capaces de asumir competencias de liderazgo y responsabilidad. En Euskadi la clase política, educada en una larga tradición de clanes familiares y cambalaches de partido, está demasiado acostumbrada a la idea de que su misión consiste en asumir competencias meramente representativas y no de actuación al servicio de la ciudadanía. La autocomplacencia, la falta de espíritu crítico y la cultura del bai orixe se encargan del resto.

La pandemia ha traido consigo el problema de que los márgenes de maniobra del poder público se ven disminuidos por una caida de los ingresos fiscales que supone una durísima prueba para el paradigma de autorresponsabilidad del sistema de Conciertos. Aitor Esteban lo dejó bien claro: “o recaudamos, o nos hundimos”. De ahí que las únicas alternativas sean de carácter defensivo, evitar riesgos a toda costa, aun al precio de imponer una normativa estúpida, surrealista y contraproducente -toques de queda nocturnos, pasaporte Covid, vacunación acrítica de la población escolar- y servilmente supeditada a la agenda europea de Pedro Sánchez.

Porque da la casualidad de que este, además de Jefe del Ejecutivo Central, es quien preside esa comisión que habrá de regular el reparto de los fondos europeos Next Generation destinados a España, y en los cuales se promete a Euskadi una participación de 6.000 millones, que vendrán como agua de mayo a las Haciendas Forales para ahorrarse dinero en ayudas y subvenciones al tejido industrial vasco. Como para atreverse a salir movido en la foto, ¿verdad?

Y de este modo, una trágica constelación de carencias personales, crisis institucional vasca y chanchullos políticos del Gobierno de España, atrapa al Lehendakari en su lento y agónico proceso de declive. Y también al resto de Euskadi, la cual, incapaz de superar todas estas complicaciones, avanza hacia un horizonte de mediocridad sancionado por el conformismo y la autocomplacencia de las masas. ¿Será este el legado del Nacionalismo Vasco? Es pronto para decirlo. Pero todos los indicios apuntan a un fenómeno de agotamiento histórico y de decadencia, de esos en los que los dioses callan y los hombres se ven incapaces de nadar contra el caudal de su propio destino.

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