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La incógnita Omicron

Omicron

La nueva variante del Coronavirus es la causa de una nueva crisis de confianza entre una ciudadanía que se ve ante la alternativa radical y excluyente de vacunarse o no vacunarse, y unas autoridades públicas que a la hora de explicar si los fármacos de Pfizer, Moderna, Johnson & Johnson y Cía resultan tan eficaces contra la nueva cepa como lo fueron contra las antiguas, en lugar de facilitar respuestas claras, se deshacen en evasivas: “bueno, pensamos que sí, pero hay que esperar datos, suponemos que el grado de protección es razonable, etc., etc.” Nadie da un sí o un no rotundos a la cuestión. De aquí el recelo de las masas, la paranoia de los gobernantes y el retorno a un surrealismo normativo que nos ha traido a ese esperpento fascistoide y absolutamente prescindible que es el pasaporte Covid.

Por sí sola esta falta de equidad en el trato -a unos se les exige ponerse una vacuna dando un paso claro e irreversible, un SÍ o un NO; mientras que en el caso de otros, explicar las posibilidades de defensa frente a Omicron se ha convertido en un lodazal de argumentos contradictorios y difusos- ya es suficiente para generar una crisis de confianza como la que se venía dando hasta la fecha por la cuestión de los posibles efectos secundarios a largo plazo. Para entender mejor el problema es necesario conocer las causas objetivas del mismo. Eso es lo que te va a explicar quien esto escribe, tal y como él lo entiende después de haber dedicado todo un fin de semana a un atento seguimiento de la cuestión mediante la lectura de publicaciones internacionales como The Economist, Der Spiegel, la página web de la radiodifusión alemana y otras fuentes por el estilo.

La nueva variante Omicron adolece de una serie de mutaciones que afectan a la espícula, es decir, a esa especie de gancho que el virus utiliza para adherirse a la membrana de las células a las que infecta. Esto la diferencia de cepas anteriores, como la delta o el patógeno original, que mutaban en partes de su código genético no relacionadas con la producción de proteínas para la espícula. Las vacunas van dirigidas a la producción de anticuerpos que bloquean la acción de la espícula. Por este motivo, hasta la fecha su funcionamiento ha sido muy eficaz (por ejemplo, del orden del 90% o más en el fármaco de Biontech/-fizer).

Ahora, con esta espícula genéticamente modificada que exhibe el infame Ómicron, la situación es otra. Por poner un símil de la vida cotidiana, es como si ya no encajase el rompecabezas molecular entre anticuerpos y proteínas de la espícula. De ahí la posibilidad de una merma en la eficacia de las vacunas. Esto es lo que hay en el fondo de la polémica y lo que realmente aterra a los gobiernos de todos esos países que, al haber fracasado en las etapas iniciales de la gestión de la pandemia, optaron por jugárselo todo a la carta de las vacunas.

Si como se supone, Omicron es mucho más leve que sus predecesoras -algo así como un catarro estacional- entonces no todo tiene por qué ser malas noticias. Más bien lo contrario, al desplazar a las cepas anteriores, la nueva variante permitiría mantener al patógeno bajo un control sanitario eficaz, acelerando el final feliz de la pandemia de aquí a pocas semanas. Pero esto no lo sabemos aun. Por ello es necesario seguir manteniendo una actitud de prudencia extrema.

En cualquier caso, lo que no va a ser tan fácil de gestionar es la confianza pública, una vez que esta se ha visto deteriorada sin remedio. De aquí en adelante, cada vez van a ser más los ciudadanos y las ciudadanas que se pregunten si merece la pena seguir acumulando pautas completas y dosis de refuerzo sin saber a ciencia cierta si funcionan o no. Gobiernos y autoridades sanitarias deberán manejar esta nueva situación con conocimiento fundado de su realidad, tacto, destreza y un sentido del liderazgo que, por desgracia, hoy por hoy nuestra clase política se halla muy lejos de demostrar que realmente tiene.

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