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Euskadi hace el ridículo con el Pasaporte Covid

Pasaporte Covid

Establezcamos un control sanitario de acceso a los bares, restaurantes, discotecas y otros establecimientos del sector de la hostelería. He aquí nuestro objetivo: por un lado, garantizar el derecho fundamental de una ciudadanía obedientemente inmunizada a disfrutar de su bien merecido pintxopote navideño. Por otro, salvar a la Humanidad de la variante Ómicron. ¿Se necesita prueba más elocuente de lo bajo que ha llegado a ser el nivel de la política vasca? En otros lugares, la preocupación de la autoridad pública gravita en torno a temas como la economía, los puestos de trabajo, la mejora de las comunicaciones o la competitividad. Euskadi se ve incapaz de rebasar los estrechos horizontes de la gastronomía de barra. Si al menos sirviese de algo, se podría disculpar. Pero es que no llega a eso. Peor aun, resulta contraproducente.

Leo en el último ejemplar de la revista “The Economist” (27 de noviembre) que uno de los factores que más contribuye a la vertiginosa difusión de la nueva variante del patógeno del Covid-19 es la temprana llegada del frío invernal. La gente deja de estar tanto tiempo al aire libre y se recluye más tiempo en sus casas, en ambientes cerrados y en estrecho contacto con sus familiares y allegados. En ese entorno es donde prolifera el virus. Y de ahí el tremendo salto experimentado por las cifras de incidencia acumulada en todos los países del Hemisferio Norte.

Lo que se consigue con el Pasaporte Covid es aplicar el turbo a ese efecto multiplicador de contagios en el ámbito hogareño. Si no dejas que una parte de la población entre a los bares, esas personas volverán a sus casas, potenciando con ello la difusión del contagio. Por no hablar de las molestias que se le crean al personal de los establecimientos, al obligarlos a escanear los móviles de sus clientes. Multiplica todos esos movimientos por cada consumición que se encarga en barra y por cada persona que se sienta en una mesa: deja el grifo de cerveza, coge el móvil, escanea, comprueba la validez del pase, deja el móvil, vuelve al grifo de cerveza, repite el proceso… Si los bares fuesen fábricas, esto sería la mayor pesadilla del ingeniero encargado de controlar los tiempos.

Añádele las broncas con esos clientes de muchos años que no pueden o no quieren mostrar su certificado, y que probablemente ya no vuelvan más. Súmale el coste de tener a un empleado dedicado permanentemente a una actividad de control que no aporta valor añadido al negocio, el estrés del personal cuando falla la comunicación de datos y el color verde no termina de aparecer en pantalla. Hazte ese cuadro mental y te darás cuenta de lo que hablo. Y todo esto, para nada. Solo para que algunos personajes de nuestro olimpo político provinciano puedan presumir de que la administración pública vasca es tan paranoica como los gobiernos de naciones serias como Alemania o Austria.

Como medida de contención sanitaria, la regulación del acceso a bares y establecimientos de ocio nocturno, es el mayor disparate que se le haya ocurrido jamás a los expertos de una comisión sanitaria. No impedirá ni un solo contagio en espacios públicos y, en cambio, producirá muchos un el entorno doméstico. El Pasaporte Covid parece algo pensado no con la cabeza, sino con esa parte del cuerpo que no me atrevo a nombrar. En cierto modo tiene su lógica, porque ya sabemos cómo se forman los comités de expertos en Euskadi. De un tiempo aparte, en esta bendita tierra nuestra el objetivo de la política ya no consiste en conseguir que la gente viva bien, sino en mantener a flote el prestigio de la clase política.

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