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Lindner: malas noticias para Sánchez

Christian Lindner

Mira por dónde, al final resulta que el escollo más temible con el que se va a encontrar Pedro Sánchez en su empeño por salvar su legislatura no viene de dentro, de los frentes cainitas de la política patria, sino de afuera, del país de las salchichas y los automóviles de gama alta. El nuevo Ministro de Hacienda alemán y co-líder de la flamante Coalición Semáforo -que toma su nombre de los colores de las formaciones que la componen: rojo para la socialdemocracia, verde de los ecologistas y amarillo del Partido Liberal- Christian Lindner, tiene un apellido difícil de pronunciar. Mejor irse acostumbrando a él porque a partir de ahora nos lo vamos a encontrar hasta en la sopa. El presidente de los liberales alemanes había sido un perfecto desconocido para la opinión pública española. Yo lo sigo desde hace años, y puedo dar fe de la coherencia ideológica y la tenacidad en el método, típicamente alemanas, con las que ha llegado a convertirse no solo en reformador y cabeza visible del maltrecho liberalismo germano, sino, ahora también, en figura decisiva del escenario europeo de reconstrucción económica post-Covid.

Lindner es un adalid de la ortodoxia presupuestaria. Mucho más que Merkel y Schäuble. Está a favor del techo de deuda, de las políticas fiscales moderadas y de que termine toda esa fiesta del dinero barato y las subvenciones multibillonarias a fondo perdido. Su objetivo es una estrategia de crecimiento sano, basada en la contención del gasto público, el fomento de la iniciativa privada y la creación de un clima favorable a la actividad empresarial, las inversiones productivas y la creación de puestos de trabajo a través del funcionamiento normal de la economía.

Obviamente, los tiempos no volverán a ser los que eran. En el siglo XXI resulta poco menos que imposible reducir la participación del sector público en la economía a los porcentajes característicos de hace medio siglo, siquiera a los anteriores a la pandemia del Covid-19. Pero lo que sí admite discusión, y la va a tener, es la naturaleza de esa participación del Estado. Las políticas económicas del futuro no pasan por el turbokeynesianismo y la nacionalización, sino por estrategias que restablezcan espacios de libertad para los emprendedores, aumenten la eficacia del funcionariado y mejoren la cooperación entre los poderes públicos y las empresas.

Ahora mismo en Bruselas hay un difícil equilibrio entre los partidarios del gasto público desenfrenado, para salvar constelaciones políticas y círculos de intereses creados existentes, y los del equilibrio presupuestario como vía de retorno a un crecimiento económico sano. La llegada de Lindner al Ministerio de Hacienda de una las potencias industriales más grandes del mundo y puntal de la Unión Europea, podría inclinar la balanza decisivamente en favor de los últimos. Eso sería un mal presagio para Pedro Sánchez y todos esos barones regionales que fían su futuro político a la llegada de los fondos Next Generation procedentes de Bruselas.

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