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Euskadi y el Pasaporte Sanitario: la estupidez que no cesa

Pasaporte Covid

No se sabe bien de qué estamos enfermos, si del Covid-19, de dolencias estacionales (catarros, gripes, etc.) que, afortunadamente, vuelven a ser algo normal o, simplemente, de infantilismo. La incompetencia de la que nuestra clase política ha hecho gala a lo largo de toda la pandemia vuelve a manifestarse con el asunto del infame “Pasaporte Covid”. Lo que más salta a la vista es la falta de liderazgo de Lehendakaritza. Con un tremendo malestar social acumulado por los confinamientos, las prohibiciones y los parones de actividad de los últimos meses, y en pleno proceso de recuperación de la economía, ¿quién tiene valor para decretar nuevos cierres perimetrales o poner restricciones de horario a los bares? La cuerda ya está lo bastante tensa y podría romperese por ahí. Ante este panorama, y para que no se diga que el Gobierno no está haciendo nada, la solución consiste en el teatro de siempre: propuesta de mostrar el pasaporte Covid en restaurantes y discotecas; presentar el borrador en el Juzgado y a ver qué opinan magistrados y fiscales.

Independientemente de que cuando se haya tomado una decisión al respecto, ya no hará falta ninguna medida porque las cifras de contagios habrán vuelto a disminuir, da la impresión de que la vida real no juega ningún papel en las consideraciones legalistas del Gobierno y las administraciones públicas vascas. ¿Realmente se pretende que el personal de la hostelería y el sector del entretenimiento, además de servir platos o vigilar el acceso a las pistas de baile, supervise una montaña de papel o las pantallas de móvil de miles de clientes? La burocracia vasca está desencadenada. Si no le ponemos un freno, nadie sabe hasta qué extremos de surrealismo normativo es capaz de llegar.

Por no hablar de que todo esto del pasaporte sanitario es algo del todo inútil. Basta con que se cuele un solo contagiado -con un pase falso, o porque ningún control es eficaz al 100%- para que volvamos a estar en las mismas. Pese a todo el esfuerzo del personal hostelero y las molestias causadas por la burocracia de un gobierno regional que, pese a sus pretensiones de modernidad y eficacia, cada vez se parece más a una ex-república soviética o una dictadura del Oriente Medio.

La solución al problema pasa por el sentido comun: llamamientos a la responsabilidad, mantener distancias, uso de mascarilla, detección temprana de casos, etc. Lo que ya conocemos. A estas alturas, y tras el fracaso de la gestión pública de la pandemia, deberíamos haber entendido que la solución al problema del Covid-19 no consiste en combatirlo con decretos ni apostándolo todo a la carta problemática de la inmunización forzosa. Nos guste o no, hay que convivir con el virus. Al menos hasta que este se extinga, que para eso tampoco es mucho lo que falta. Embarcarse en iniciativas intervencionistas y autoritarias, aparte de evidenciar una visión provinciana y autoritaria de la vida, es el modo más rápido de dilapidar el poco capital político que le queda a Iñigo Urkullu. Pero tranquilos. Como el Lehendakari está quemado y no volverá a presentarse a las elecciones, ¿qué más le da?

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